Be water, my friend! (Bruce Lee)
La soledad (2007) (LS) de Jaime Rosales es un filme tan original como desconcertante.
El director, algo desconocido hasta esta película, rodó en el 2003 Las horas del día, que le valió el
premio Fipresci [1]. Las horas del día,
encuadrable en el género de los filmes de psicópatas, cuenta la historia de
Abel, dueño de una tienda de ropa, a quien, a pesar de la candidez bíblica de
su nombre, le da por matar personas de cuando en cuando. Difiere, sin embargo,
de los productos hollywoodienses e imitaciones de otros países por su estilo
frío y liberado de espectacularidad (no hay banda sonora, predominan los planos
fijos). Por su falta de emotividad con relación a la muerte y la locura, Las horas del día inquieta efectivamente
al espectador, cuya capacidad de juicio queda en suspenso, ya que no hay
reflexión, ni moralina, ni estudio psico-sociográfico. El filme carece de
afectos y de gesto hermenéutico, lo que recuerda las reflexiones de Fredric
Jameson (1991: 10) a propósito de los artefactos artísticos posmodernos. Esta
suspensión tanto de la emotividad como de la reflexión sucede similarmente en LS, la cual recibió tres premios Goya,
dos de ellos a la mejor dirección y a la mejor película.
En un estilo que parece remedar un documental, con la única “originalidad” del recurso a la polivisión (la pantalla se parte en dos mitades, en cada una de las cuales hay un personaje, o un vacío), sin banda sonora (sólo las conversaciones, los objetos, los ruidos de la calle) y con unos diálogos aparentemente anodinos y “normales” pero ricos en elipsis, LS narra dos fragmentos de las vidas de Adela y Antonia, dos mujeres situadas en la encrucijada de distintos umbrales vitales: Adela, de edad alrededor de los treinta, divorciada y madre de un bebé, y Antonia, alrededor de los sesenta, viuda y madre de tres hijas de edades entre los veinte y los treinta y algo. De estas tres hijas, dos están solteras y viven, digamos, en precario (Inés alquila un piso de la familia en Madrid y Nieves, enferma de cáncer, no parece tener trabajo) y la última, Helena, la mayor, está casada y tiene un bebé. Los personajes centrales son mujeres, si bien hay una presencia destacada de los hombres: Pedro (ex marido de Adela), Carlos (compañero de piso de Adela cuando ésta se muda a Madrid), Manolo (nuevo compañero de Antonia) y Alberto (marido de Helena).
La película
organiza su narrativa en cinco capítulos («Adela y Antonia», «La ciudad», «La
tierra firme», «El ruido de fondo» y un «Epílogo»), algo a lo que el espectador
está acostumbrado, pues el recurso a la organización en capítulos, aunque de
larga historia, viene sucediendo con bastante regularidad en los últimos años.
Importante
—me parece— es un hecho que no pasa desapercibido si se presta un poco de
atención. La apariencia física de los personajes no suscita deseo. Adela, Pedro, Manolo, Antonia…
ninguno de ellos es especialmente atractivo o espectacular físicamente, lo que
contribuye a potenciar ese “efecto realidad” o “documental” del que hablamos.
Si en vez de Adela, una joven de mediana edad con un cierto atractivo pero “del
montón”, fuera Scarlett Johanson o Penélope Cruz, creo que la interpretación de
la película por parte del espectador variaría un tanto, porque no veríamos a
Adela, sino los cuerpos de Scarlett o Penélope. Esta cuestión, los excesivos
encantos naturales o belleza fatal que trastoca el orden de las
cosas, de alguna forma complica la cuestión del cine, del deseo y la dialéctica
presencia / ausencia de la que hablaremos más abajo. Rosales la elimina
directamente, porque no le interesa un retrato superficial de cuerpos hermosos
que se convierten en estampas e imposibilitan (con más frecuencia de la que se
cree), el distanciamiento reflexivo o el acercamiento real al personaje.
Igualmente, la sexualidad está ausente. Esto resulta interesante ya que se
tiende hoy a equivaler la identidad subjetiva con la autorrepresentación sexual
o la vida sexual, algo que no es tratado en LS.
La mirada del espectador no es, de esta forma, enfocada hacia el deseo.
Vidas paralelas
Las vidas de Adela y Antonia son contadas en paralelo. En el plano inicial de la película, vemos el idílico pueblo montañés donde vive Adela. Divorciada y con un bebé, decide cambiar radicalmente de lugar, empezar de cero, reinventar su vida. Encuentra trabajo de azafata de congresos en Madrid y comparte piso con Inés (su casera) y Carlos. Antonia es propietaria de un supermercado de barrio, pequeño, en el que emplea a un trabajador joven. Básicamente, no sucede nada hasta más o menos la mitad de la película (minuto 45): hasta entonces, vemos los problemas cotidianos entre Adela y su ex marido, al que no le van bien las cosas en el trabajo (y que no le pasa la manutención del bebé); entre Adela y su padre, que se queja de su soledad en el pueblo; el cáncer de Nieves, la hija de Antonia, y la relación entre ésta y su nuevo compañero. Alrededor de la mitad de la película, sucede algo terrible: Adela pierde en un atentado (una bomba en un autobús) a su bebé. Antonia, por su parte (en el inicio del capítulo 3), sufre los embates psicológicos de su hija Helena para que venda el piso de forma que ella pueda pedir una hipoteca y comprarse un piso en la playa, lo que genera una atmósfera continua de tensión en la familia. Finalmente Antonia muere, al parecer de un infarto, sola, en su casa (la escena de su muerte solitaria y anónima, en un plano fijo en una habitación mientras hace la cama, por su larga duración, se hace inquietante, angustiosa, durísima en su aparente “normalidad”). Adela, en la escena final, tiene una cita con alguien. La película finaliza en un plano que nos muestra la ciudad, sus sonidos, sin que haya ningún sobreentendido, ningún plano definitorio con un mensaje subliminal, únicamente la ciudad, sus ruidos.
Los capítulos y la polivisión
atemperan el exceso de literalidad o realismo directo que podrían producir
aburrimiento en el espectador (de hecho, lo suelen producir, como revelan las
críticas tanto especializadas como no especializadas en internet). LS es, para muchos, por su literalidad
directa, por su duración, un filme aburrido: demasiada vida, demasiada
cotidianeidad. A pesar de haber sido más un éxito de crítica que de público,
hay espectadores que se han sentido identificados o tocados por LS. En una crítica anónima de internet
(en Filmaffinity, ver “Bibliografía”),
los comentarios de un usuario dan una
idea de una serie de puntos que aparecerán en nuestro análisis: «Si uno lee
cualquier periódico español verá que asuntos como el terrorismo, la
especulación inmobiliaria en el litoral, las familias desestructuradas o la
enfermedad ocupan un espacio grande de la información. Si uno ve las teleseries
o las películas […] todo es falso y generalmente mediocre. Cuando estos asuntos
que tomo como ejemplo (terrorismo, construcción, familias monoparentales,
cáncer) aparecen, casi es peor, porque siempre lo hacen de forma desaforada y
ridícula. Yo no digo que el cine deba ser un espejo de la realidad, pero no está
mal que de vez en cuando hablen de mí y de mi mundo. […] Esta película habla de
una España y de unas personas que sí reconozco, y lo hace con naturalidad,
emoción e inteligencia.»
Vacío y lleno del espejo. La “polivisión”
Elena
García (ver “Bibliografía”) cataloga LS
como «Bocados de hiperrealismo», pero señala, igual que otros críticos, el
acierto del director en el uso de la polivisión.
LS se expande en forma horizontal,
aprovechando al máximo el scope, pero
Rosales, con frecuencia, «parte la pantalla en dos mitades, en una decisión
formal normalmente asociada con cierto barroquismo o manierismo (el split screen tan caro a Brian de Palma)
en las antípodas de los planteamientos estéticos del film. El recurso, aquí
llamado polivisión, ofrece dos puntos
de vista, dos ángulos de una misma escena o situación. Una forma de
compartimentar personajes, movimientos y acciones que permite crear cierto
distanciamiento emocional al revelar la condición articial del relato,
operación no tan distinta en el fondo a la llevada a cabo por Lars von Trier al
prescindir de decorados en Dogville
(2003) y Manderlay (2005). De hecho,
incluso las escenas que no utilizan esta polivisión
aparecen dominadas por líneas verticales (postes, marcos, etc.) que dividen
explícitamente el encuadre» (Casau 2007). Los comentarios de Casau sitúan a
Rosales entre los directores más intelectuales (Lars von Trier), pero también entre
los clásicos (Brian de Palma); Elena García equipara LS al nouveau roman y a
la nouvelle vague (casi nada), pero
también, al final de su crítica, a ¡El
Jarama! (¿en qué quedamos? ¿En la experimentación o en el «realismo» hiper o no?). Estas comparaciones
suponen una perspectiva que dice mucho del desconcierto generado por el filme.
Sin la polivisión, ¿habría despertado
LS el mismo interés?
Como el propio título de la
película parece indicarnos, La soledad
nos habla de la incomunicación y el aislamiento, destacado por el recurso a la polivisión. En una entrevista, el
director destacó este hecho: «Es un método [la polivisión] muy interesante para trabajar el espacio, que junto al
tiempo es uno de los dos grandes bloques que componen el cine. La polivisión
añade expresividad a las escenas en las que los personajes, pese a quererlo, no
consiguen estar juntos. Comparten plano, fotograma, pero la pantalla partida
les divide: muestra el dolor que produce el saber que es imposible seguir
amándose por mucho que uno lo intente» (entrevista con R. Vidiella, 2008).
En
LS lo que vemos es (como señalan
todos los críticos) no una «imitación de la vida» (Casau 2007) «sino una
ficción manifesta en la que muchos podremos reconocernos y definirnos». Para
Elena García (2007) LS presenta un
espectáculo «engañosamente parecido a la vida. Esta suerte de hiperrealidad está tan llevada al extremo que la
única banda sonora que se permite la película son sonidos de fondo del
ambiente» [cursiva nuestra]. ¿Cómo puede ser un artefacto artístico «igual a la
vida» y «ficción» al mismo tiempo? LS
es una imitación de la vida, de la misma forma que la vida es una imitación del
cine (muchas personas son las que se visten como actores de cine). Remedando la
famosa cita de Oscar Wilde, en LS «la
naturaleza imita al arte».
Las cosas, sin embargo, no son tan simples (ojalá lo fueran). El hiperrealismo de la película es, en realidad, falso. LS constituye un claro ejemplo de falsa realidad, o (dicho de otra forma) de ilusión realista, rozando en ocasiones la sociografía e incluso el costumbrismo. Pero la fascinación que producen las imágenes no sucede gratuitamente. En primer lugar, el espectador es un voyeur que mira la imagen desde fuera (es el sentido de la primera aparición de la polivisión al inicio del film), como un intruso (y dado el supuesto hiperrealismo, el espectador mira LS de la misma forma que esos programas televisivos tipo Big Brother, de tanto éxito global). Suturado a la imagen, el espectador ve su vida a través de la vida de los otros. Muchos de los planos de LS suceden a través de puertas o ventanas, como si se mirara desde fuera. Si la narrativa de ficción fuera clara, quizás el voyeur sería otro, pues habría una especie de «contrato implícito» con el artefacto fílmico, en el que se aceptaría la «ficcionalidad» del mismo. Y ese “contrato”, a pesar del hiperrealismo, está. Esta aparente hiperrealidad, este cine simulacro —como lo plantea Jean Baudrillard (1993)— en el que contemplamos un universo extraña y excesivamente parecido al original, escamotea al lector la capacidad de reflexión: como en Las horas del día puede decidir, pensar lo que quiera. O quizás al contrario: hay un exceso en la posibilidad reflexiva, como si la mejor máscara del filme fuera parecer mostrarnos que no la tiene. Por un momento, realidad y ficción parecen, paradójicamente, igualarse y separarse al mismo tiempo; la máscara oculta una realidad, a su vez falsa, lo que deja una especie de resto, un hueco o un vacío.
Las cosas, sin embargo, no son tan simples (ojalá lo fueran). El hiperrealismo de la película es, en realidad, falso. LS constituye un claro ejemplo de falsa realidad, o (dicho de otra forma) de ilusión realista, rozando en ocasiones la sociografía e incluso el costumbrismo. Pero la fascinación que producen las imágenes no sucede gratuitamente. En primer lugar, el espectador es un voyeur que mira la imagen desde fuera (es el sentido de la primera aparición de la polivisión al inicio del film), como un intruso (y dado el supuesto hiperrealismo, el espectador mira LS de la misma forma que esos programas televisivos tipo Big Brother, de tanto éxito global). Suturado a la imagen, el espectador ve su vida a través de la vida de los otros. Muchos de los planos de LS suceden a través de puertas o ventanas, como si se mirara desde fuera. Si la narrativa de ficción fuera clara, quizás el voyeur sería otro, pues habría una especie de «contrato implícito» con el artefacto fílmico, en el que se aceptaría la «ficcionalidad» del mismo. Y ese “contrato”, a pesar del hiperrealismo, está. Esta aparente hiperrealidad, este cine simulacro —como lo plantea Jean Baudrillard (1993)— en el que contemplamos un universo extraña y excesivamente parecido al original, escamotea al lector la capacidad de reflexión: como en Las horas del día puede decidir, pensar lo que quiera. O quizás al contrario: hay un exceso en la posibilidad reflexiva, como si la mejor máscara del filme fuera parecer mostrarnos que no la tiene. Por un momento, realidad y ficción parecen, paradójicamente, igualarse y separarse al mismo tiempo; la máscara oculta una realidad, a su vez falsa, lo que deja una especie de resto, un hueco o un vacío.
Uno se siente
tentado a comparar este exceso de realidad, esta máscara, con la libertad
absoluta de elección en un supermercado (este es el producto, depende de usted
juzgarlo). Opacidad absoluta. Sin embargo, otra lectura de esta absoluta opacidad de la textura del filme puede
deberse a que, en la realidad contemporánea, la misma realidad es ilegible: no
sabemos qué hay detrás de las apariencias. Con todo, tampoco este argumento de
la opacidad es del todo aceptable.
Esto sería así si no hubiera una tensión interna, pero sucede “como si” Rosales
quisiera denunciar: uno, el problema de la vivienda en España, el mercado
flexible y la atomización cotidiana, y dos, el terrorismo, además de otras
cuestiones como la especulación inmobiliaria (los campos de golf) o el trabajo
precario (la inseguridad de las azafatas). LS,
según Elena García (2007), «pese a su aparente plegamiento al tedioso devenir
de la vida, es capaz de narrar con interés unas existencias tan corrientes como
las de cualquiera de nosotros y unas dosis de denuncia tan alejadas del
efectismo demagogo de otros directores españoles.»
Sin
embargo, hay un elemento añadido, una especie de plusvalor o suplemento,
legible de dos formas. Primero, el hecho de ser un artefacto artístico le hace
obtener un estatus de valor. Esto no
contaría, porque de hecho podría aburrir (algunos estudiantes se aburren, Casau
se aburre los cuarenta primeros minutos) aunque fuera una “gran” obra de arte.
Pero LS fascina, ¿por qué?
Como la “vida” misma
Nos
serviremos aquí de las tesis de Juan Carlos Rodríguez, expuestas en su trabajo Pensar/leer históricamente [entre el cine y
la literatura] (2005), algunos de cuyos planteamientos pueden leerse de
través junto a Baudrillard (y su teoría de los simulacra) y de Fredric Jameson, Peter Brooks u otros.
Para
Juan Carlos Rodríguez (JCR), la clave del cine es la filosofía de la presencia.
La dialéctica presencia / ausencia en la pantalla de cine, en el encadenamiento
de las imágenes, es apabullante. Presencia y ausencia de rostros, cuerpos,
objetos (menciona como ejemplo JCR los famosos planos de los zapatos de Strangers on a Train, de Alfred
Hitchcock). Presencias y ausencias que nos subyugan, quizás porque la pantalla
de cine es como un espejo en el que, con frecuencia, vemos un “doble” (los
espejos de Borges) con el que creemos o queremos identificarnos (la primera
imagen de Las horas del día es un
plano del protagonista afeitándose y mirándose al espejo, pero nada más). Somos doble del cine. Y esta dialéctica, además,
coloca en la pantalla la vida cotidiana, o la historia, o la fantasía. Pero
sobre todo la vida cotidiana: «La filosofía de la presencia no es nunca
altanera. Es tan cotidiana, insisto, que se ha convertido en el único
fundamento que da sentido a nuestra vida cotidiana» (2005: 93). El cine
—plantea JCR (íd. 89)— es nuestra filosofía cotidiana hoy, «si no lo fue
siempre». ¿Por qué? Para dar sentido a esa vida, sublimándola.
A parte de
otros planteamientos de interés para comprender el cine (la nostalgia estética,
la nostalgia de ser arte, el cine como mercancía real y simbólica), nos
quedaremos con la idea fundamental, por lo que concierte al texto que leemos, LS: el cine lleva dentro ideología, hoy
la del pragmatismo y experiencialismo dominantes (en formaciones sociales
distintas habrá otras ideologías), el “individualismo” propietario y el
subjetivismo experiencial.
Teniendo en cuenta estos
planteamientos, no sorprende la confusión o no-visión en las catalogaciones de LS como «hiperrealismo». Se podría
hablar no de “confusión”, sino incluso de lectura errónea o des-lectura, en el
sentido lacaniano de méconnaisance.
El filme estetiza una realidad que no necesita ser estetizada porque, de alguna
forma, en la realidad contemporánea, desde la posmodernidad, todo es estético
(Jameson 1991: 4). El resultado es de una ambigüedad perturbadora: LS es, al mismo tiempo, realidad y
ficción. El espectador sabe que lo que está viendo es una película, una ilusión o ficción, pero lo inquietante es que se parece demasiado a la vida.
“Demasiado”, como un exceso, como si se quisiera estetizar la vida y, a la vez,
“inyectar” vida al cine. Cabe preguntarse, en conclusión, qué es más simulacro, mímesis: ¿la película o la vida? El único elemento que, al mismo
tiempo quiere provocar un distanciamiento que pueda mantener la illusio artística es la polivisión. Sin ella, el choque, la
colusión con la vida sería excesivo, se desbordaría y la película no se
sostendría, LS no podría llegar al
espectador. Capturada su atención, a partir del minuto 45 el filme plantea una
narrativa fictiva, hay una historia (esto es, dos o más historias) que contar
(el atentado, la venta del piso).
La soledad del “jogger” y el Mercado de fondo
Ahora bien,
¿existe de verdad la vida? ¿Por qué damos por sentado que hay una “vida” fuera
del cine? ¿No dijimos que el cine dotaba de sentido la vida? En otras palabras:
¿no produce el cine la ilusión
ideológica de la “vida” (“mi” vida)? Los temas fundamentales —se dice— de LS son la soledad contemporánea
(evidentemente el título) y la presencia constante de la muerte. Esto parece
demasiado claro. El telón de fondo, el soporte real de la narrativa es, con
todo, el mercado flexible del capitalismo tardío. Me explico: la soledad es
tematizada, porque es parte del imaginario cotidiano, es un ideograma. Este
tema ha sido y es tratado de distinta forma por el existencialismo, el
neorromanticismo, los posmodernos; todos lo reinventan o re-presentan sin
romper el núcleo. Pero lo que la película dice sin decirlo directamente, lo que
LS silencia pero mostrándolo al mismo
tiempo en sus efectos, es el tejido que sostiene el dibujo del tema, la pictura de esa soledad.
Adela sufre
los efectos, totalmente inesperados tanto para ella como para el espectador,
del terrorismo. En el mundo del capitalismo flexibilizado, domina la paranoia:
sociedad flexible, dinámica y en constante cambio; competencia de las
multinacionales, ritmo desenfrenado del ciclo producción-reproducción-consumo,
guerras generalizadas de “baja” intensidad (esto es, constantes) y el
terrorismo ultranacionalista o ultraislámico [2]. El hecho de la bomba
sorprende y no sorprende. Adela, como el espectador, probablemente piensa: ¿por
qué a mí?, pero lo acepta. Los efectos son devastadores. El punto aquí es que
Adela se enfrenta sola a estos efectos. LS
es una película sobre la atomización de los cuerpos en el mercado flexible (un
mercado, por otra parte, en el que la pericia de las apariencias puede ser un
valor, como lo muestra la conversación en la mesa de la familia de Antonia
sobre la belleza masculina, o como la escena del inicio del capítulo 2, cuando
Helena y Antonia discuten sobre si hacerse o no un tatuaje. Esta última es una
de las pocas escenas un tanto cómicas).
El sentido de
colectividad se ha perdido y la única solidaridad con la que cuenta Adela es la
de sus compañeros de piso (Inés y Carlos), que únicamente pueden darle apoyo,
nada más; lo sorprendente es que Adela tampoco busca ayuda en otros. Se aísla,
no contesta a las llamadas de su ex marido, no comunica con su padre (que ha
quedado “tocado” y solo quiere olvidar: «olvidé todo lo que pasó aquel día» —le
dice a su hija). Adela rechaza la oferta de Carlos para pasar unos días en las
Islas Canarias. Y algo más: su marido la culpa, incluso ella misma se culpa
(cuando finalmente habla con Pedro). ¿No es ésta una de las estrategias finales
del sistema actual, culpar al propio sujeto de sus fracasos vitales? Círculo
infernal de la atomización flexible: la soledad. Nieves, enferma de cáncer en
el hospital, se siente sola, ¿por qué nadie quiere hablar de sus problemas?
Corrientes subterráneas de agresividad
La opacidad de la que hablábamos antes es, hasta cierto punto real, porque Rosales no hace psicologismo, no elabora una ficción behaviorista más o menos sofisticada en la que veamos los procesos mentales de los personajes. Los tenemos ahí y ya está. Depende de nosotros juzgarlos, pensar sobre ellos, comentarlos. Pero, en mi opinión, no se trata de una suspensión total del sentido. La superficialidad de la película (superficialidad en el sentido de que solo vemos “superficies”) es falsa.
En LS, los planos fijos de la ciudad nos
ofrecen un mundo en apariencia sin significado, pero la narrativa despliega personajes
en conflicto y una presencia constante de la muerte. Comenta Casau (2007) a
este respecto: «Sin tratar de forma tan directa con esa violencia, La
Soledad se
adentra también en esas corrientes subterráneas de agresividad, manifestadas en
conversaciones amables que terminan en lluvia de reproches, llamadas que no
encuentran respuesta y, sobre todo, la idea constante de la muerte, una
presencia despojada de cualquier rastro de épica o romanticismo.»
El capítulo
“el ruido de fondo”, como en Las horas del
día, nos habla de una realidad invisible que transcurre como un río
subterráneo pero que explica la superficie visible de las cosas. El guión de LS nos ofrece una ventana a esa
corriente subterránea. En los diálogos hay continuas elipsis que nos permiten
intuir lo que sucede pero no se dice. Entre los personajes hay malentendidos,
separación, comentarios cortantes pronunciados como si nada, ataques y
antagonismos velados. El caso claro de Adela y su padre, cuya comunicación ya
no existe, o el de Pedro y Adela. Pero donde esta agresividad cotidiana velada
se muestra (ocultándose) en toda su crudeza es en el tema del piso.
Helena,
la hija de Antonia, quiere un piso en la playa, pero no tiene dinero para
comprarlo. Ni corta ni perezosa, le pide dinero a su madre, cabe la posibilidad
—sugiere— de pedírselo al nuevo compañero de su madre (Manolo). Negado por su
madre este camino, claro, Helena le sugiere que venda el piso para que ella
pueda pagar la entrada. Antonia accede. Tras largas discusiones, y sin que
podamos entrar en la psicología de Antonia o Helena o las hijas (su interior
está velado), Antonia consiente, ante la indignación de Inés y la indiferencia
de Nieves. La familia se ha convertido en un microuniverso hobbesiano de lucha
moral y propietaria. Helena no parará ante nada, mentirá y —en cierto sentido—
robará a su madre.
LS está llena de violencia, de una
violencia solapada, sumergida: el miedo, el abandono y la paranoia de la
atomización flexible del individuo en el mercado cotidiano. La película de
Rosales tematiza esta violencia sin grandes gestos, sin aspavientos, porque
vivimos hoy tan pegados al mercado que todo esto es cotidiano. Creo que ésa es la denuncia fundamental de LS, no sé si consciente o inconsciente.
¿De verdad Rosales “denuncia”? El mundo de LS
es un mundo desideologizado, depolitizado. Esa realidad parecer ser la realidad. ¿Se puede encontrar una
alternativa, socavar el círculo violento del mercado cotidiano? La película no
ofrece nada. Solo queda la ciudad, opaca, intraducible, en cierto sentido
invisible, ilegible, vacía. Por eso el último plano del filme muestra la ciudad
como un paisaje inevitable, en cierto sentido hueco, brutal en su cruda
materialidad directa. No es solo el universo durkheimiano de la anomia o Bacon magna civitas, magna solitudo, sino el
mapa de un universo incuestionado que pivota sobre la atomización flexible. Y
es el mismo plano final de Las horas del
día, una película en la que también la reflexión es puesta en suspenso. Un
universo físico poblado por la soledad, la violencia y la muerte, en dos planos
paralelos, en dos realidades paralelas pero invisibles la una a la otra, aunque
enlazadas. ¿No es ese sentido de las realidades paralelas la clave para
entender la polivisión? No pasa nada, pero pasa todo. Como la “vida” misma… o
como la “no-vida”. El exceso de realidad puede cancelar su crítica. ¿No es esta
mostración excesiva de LS un
problema? ¿No sería más creativo un cine que, manteniendo una aproximación
estética, insistiera en la naturaleza fictiva de la verdad y de la realidad,
como plantea por ejemplo plantea Žižek (2001) a propósito de Kieslowski?
_________________________________________
[Versión revisada
del artículo publicado en Studia Romanistica, Ostrava: Ostravská univerzita, 9, 2, od s. 55-63, 9 s. ISSN
1803-6406. 2009.]
La soledad (2007)
Película
distribuida por Wanda Visión; guión: Jaime Rosales (director) y Enric Rufas.
Fotografía de Óscar Durán. Reparto: Sonia Almarcha (Adela), Petra Martínez
(Antonia), Miriam Correa (Inés), Nuria Mencía (Nieves), María Bazán (Helena),
Jesús Cracio (Manolo), Lluís Villanueva (Carlos), Luis Bermejo (Alberto), Juan
Margallo (Padre), José Luis Torrijo (Pedro).
[1] FIPRESCI - Fédération Internationale de la Presse Cinématographique
(International Federation of Film Critics; ver http://www.fipresci.org/default.htm).
Premio en Cannes
(Francia, 14-25 mayo, 2003): «Prize, Parallel Sections: Las horas del dia (The Hours of the Day) by Jaime
Rosales (Spain, 2003): “for using very subtle ways of cinematic expression in
order to observe the behaviour of a mediocre man whose only distinguishing
feature is that he kills”», en http://www.fipresci.org/awards/awards/awards_2003.htm
[consultado 18/09/2009]
[2] JCR (2005: 104)
distingue, en cuanto a los temas, tres etapas históricas en el cine: disociación (hasta finales de los años
40), esquizofrenia (desde la Guerra Fría, desde
finales de los 40 hasta la posmodernidad) y paranoia
(tendencialmente dominante hoy).
REFERENCIAS
BAUDRILLARD, Jean (1993), Cultura y simulacro, Barcelona: Kairós.
Brooks, P. (1993), Body Work. Objects of Desire in Modern
Narrative, Harvard U. P.
Casau,
Gerard (2007), “La estrategia del tedio”,
In: Contrapicado.Net – Revista de cine
online, julio / agosto 2007, http://www.contrapicado.net/critica.php?id=212
[consultado 10/05/2009]
Filmaffinity (2007), “Críticas de La soledad”,
http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/545317.html [consultado 4/06/2009]
GARCÍA, Elena (2007), “La soledad: Dietario de ausencias y
silencios”, In: CosasDeCine, julio /
agosto 2007, http://www.cosasdecine.com/revista/index.php?art=157 [consultado 8/05/2009]
JAMESON, Fredric (1991), Postmodernism,
or, The Cultural Logic of Late Capitalism, Verso.
RODRÍGUEZ, Juan Carlos (2005).
Pensar/leer históricamente [entre el cine
y la literatura]. Granada: I&CILe Ediciones.
VIDIELLA, Rafael (2008), “La soledad no se parece a ninguna otra
película” (Entrevista con Jaime Rosales, 5/02/2008), In: 20minutos.es, http://www.20minutos.es/noticia/344355/0/jaime/rosales/entrevista
[consultado 09/05/2009]
Žižek, Slavoj (2001), The Fright of Real Tears: Krzysztof
Kieslowski Between Theory and Post-Theory. London: BFI Publishing.
Comentarios