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El cuarto protocolo


 


Frederick Forsyth (británico, nacido en 1938), todo un maestro de la pulp fiction de espías. Uno de ellos es Kim Philby. No sé si otros personajes de esta historia son reales, con la excepción de Margaret Thatcher, claro.

La novela, publicada por primera vez en 1984, parece una gigantesca paranoia de gusto relamido para todos los antisoviéticos del mundo. Se enmarca dentro de la Guerra Fría y rezuma anticomunismo por los cuatro costados. Diríase, sin embargo, que el objetivo es atacar a los "nuclear no, gracias" y a los laboristas ingenuos, porque uno no puede fiarse de los rusos y sería irresponsable no saber quiénes son los buenos y quiénes los malos. O quizás no es tan complicado: Forsyth escribe una novela de serie b que mezcla lo detectivesco con el suspense en un gran juego de espías y contraespías en el que vence el más listo (el MI5, of course). Los amantes de las dialécticas simples y los juegos de guerra tienen en Forsyth un creador espectacular y un conservador de espectáculo, como Marcial Lafuente Estefanía (muerto, precisamente, en 1984) pero top secret y con berettas o walthers ppk en vez de románticas colt.

El relato, como tiene que ser en su género, gravita hacia un final climático en el cual media página acumula un grado de tensión casi insoportable: Valeri Petrofsky, el agente ilegal que ha colocado la bomba y ha ido liquidando uno tras otro a los testigos, descubre en la televisión que Philby es un traidor, justo cuando los SAS asaltan su casa y acaban con él.

La novela se alimenta de trifulcas políticas de gran calado y de suspense detectivesco. Dos personas y una bomba bastan para provocar una crisis de consecuencias imprevisibles y para Forsyth el Mal habita el Kremlin, que ni siquiera respeta las leyes internacionales (referencia al cuarto protocolo). Alguien de las altas esferas soviéticas ha diseñado el Plan Aurora, consistente en hacer estallar una bomba atómica en una base norteamericana. No son los soviéticos, sino los traidores, los conversos: Philby. La traición rompe el equilibrio y está claro que debes vigilar de cerca a los enemigos, pero mucho más a los amigos. También se puede ser malo por estupidez, como Berenson, que filtró documentos sin saber a quién y, creyendo actuar de buena fe, acabó escaldado. Finalmente, el equilibrio quedará restablecido a través de la mano negra de la alta política.

Lo verdaderamente bueno de la novela es la construcción narrativa de Petrofsky. Este extraño personaje posee por sí mismo un encanto especial: solo, sin familia, sin nada excepto su dedicación absoluta a la patria soviética, parece un inteligente alien insensible al dolor ajeno. El relato lo dibuja como si careciera de subjetividad. No sucede lo mismo con los personajes ingleses e incluso con algún que otro agente soviético de origen occidental o un cargo del partido: todos tienen su historia, familia, proyectos. Incluso el general Karpov. No así el terminator de la KGB. ¿Carece de alma Valeri Petrofsky o lo hicieron así la academia militar y el Partido? El divorciado y solitario John Preston, su contrapartida, pleitea por la custodia de su hijo, es cierto, pero tiene un hijo.



Los héroes parecen una postal del establishment inglés: Sir Nigel Irvine y John Preston, que lucha contra las propias tensiones de campo de los servicios de inteligencia para salvar a su país. Per ardua ad alta.

Hay una versión cinematográfica de 1987, con Michael Caine y Pierce Brosnan que, en mi opinión, supera al libro, sobre todo por los actores principales; Caine es inteligente y duro, pero no es un chulo como Dirty Harry pero tampoco antiséptico. El guapo Brosnan es capaz de no expresar humanidad o de inexpresarla en la gelidez del rostro estoico de los entregados a  la Causa. Sólo hay un momento en el que parece menos inhumano: cuando se da cuenta de que también él iba a ser liquidado. En ese momento, piensa si cambiar el detonador.

Sería mentira decir que nada ha cambiado desde 1984. Aunque sigue habiendo paranoia, espías, guerra sucia y alta política marrón, la diferencia es que ahora el vecino de al lado puede ser un terrorista y no puedes fiarte de nadie. Los terroristas son seres sin sentimientos, sin entrañas. Sería interesante investigar esta construcción de la otredad como ente político desalmado.

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