The Wolf of Wall Street (2013; El lobo de Wall Street) de Martin Scorsese o Who wants to be a millionaire? ¿Quiere usted ser millonario?
En On Cooling the Mark Out, Some Aspects of Adaptation to Failure, Erving Goffman señalaba que en los años en que escribía: «Se dice que el timo
es un buen negocio en Estados Unidos sólo porque la mayoría de los americanos
están dispuestos –por no decir ansiosos– de hacer dinero fácil y se implicarán
en actividades de dudosa legalidad para lograrlo.» (p. 416). «La
disposición del primo a participar en un asunto seguro se basa en algo más que
la avaricia: se basa en que cree que ahora es el momento de demostrarse a sí
mismo que es el tipo de persona capaz de “ganar pasta sin problemas”. Para
muchos, esta capacidad para las altas finanzas es casi como un signo de
masculinidad y una puesta a prueba de su papel de hombre» (417). Lo mismo hoy vale para casi cualquier parte: mucha gente es capaz de jugar a la ruleta rusa social por un puñado de dólares, aunque solo
sea por demostrarse a sí mismo lo hombre que se es o lo dura que es una. El lobo de Wall Street juega un poco con
esta historia, funcionando como una especie de fantasía imaginaria, y ello
explica la saturación de imágenes de dominación sexual machista que la empapan,
independientemente de la realidad sociológica de las mismas. El hecho de que el
filme acabe con la muerte social de su protagonista contribuye a consolar a los
pringados, que somos todos los mismos que aparecen en la escena final mirando a
Leonardo DiCaprio como si fuera un héroe de epopeya.
El lobo de Wall Street son 180 minutos
larguísimos de tacos (hookers, booze,
fuck), fiestas, alcohol, sexo, drogas, rocanrol y, sobre todo, dinero. Se
supone que esto tiene que hacer que la película sea divertida (los chistes
sobre borracheras se hacen pesados) e interesante, provocando la reflexión
sobre las intensidades posmodernas o la cultura del dinero-simulacro.
Pero todo esto son pamplinas. Tiene razón esta entrada de un amigo: Scorsese o la película (no sé cuál porque al director no lo conozco en
persona) parece decir que, en el fondo, todos queremos ser un broker
genial con carisma y gran atractivo físico forrado de pasta, tanta pasta que no
sepamos qué hacer con ella. Si es legal o no es legal es lo de menos.
En el capitalismo contemporáneo – se nos insinúa con distintos grados de
sutileza - todo es quasi ilegal (para
esto ya estaba el documental Inside Job
(2010)) y el dinero es como una energía que no se crea ni se destruye, está en
la atmósfera como el arte de la música al alcance de los genios, y los brokers,
los lobos o leones de Wall Street, son los guerreros de la inmaterial belleza
pecuniaria. Si hay que ser malo, no importa, igual todos estamos corrompidos,
es la naturaleza humana; todos: hombres y mujeres, americanos y suizos, blancos
y negros, pobres y ricos, heteros y homos, toda la historia de la humanidad es
una historia de la lucha por el dinero, a veces soterrada, otras abiertamente.
Éxito es riqueza, venga de donde venga y arda Roma. El resto de la población
somos unos pringados, unos enanos que hay que arrojar a una diana cuyo centro
es el signo del dólar.
Trabajar como mulas es de subnormales, moral de esclavos. Una de las
escenas más espeluznantes sucede al principio de la película, cuando tras la
fundación de la nueva empresa, hay una celebración orgiástica en la que una
empleada recibe $10.000 por dejarse rapar al cero: las reminiscencias a la
Segunda Guerra Mundial son claras. Jordan Belfort es un triunfador, un héroe
del capitalismo. Algo excéntrico, caprichoso, irracional... diríase, en
realidad un niñato malcriado y gamberro, capaz de avergonzar con sus excesos a
cualquier estudiante juerguista en una universidad de pijos o a un roquero con
cara picada de fumar porros, inflándose de alcohol, cocaína y prostitutas. Es
el centro de la fiesta.
Un ritmo de vida trepidante como la banda sonora, con fines de semana en
Las Vegas por 2 millones de dólares, yates de oligarca ruso, diamantes del
tamaño de uvas: el que no desee esto es un animal o, mejor dicho, un tonto. Hay
dos o tres escenas claves en las que esto es presentado sin ninguna ambigüedad:
"He sido rico y he sido pobre y prefiero ser rico… llámenme materialista…
soy un hipócrita", "¿Te gusta llevar el mismo traje barato varios
días por semana?" (Jordan al agente del FBI), o una de las escenas finales
cuando lo han empapelado y el mismo agente del FBI está sentando en el metro y
mira a los pobretones que le rodean y parece decir “tenía razón”.
El cinismo no carece de matices cuando se nos ofrece el lado humano de Jordan
Belfort: el erotómano y cocainómano ladrón no carece de capacidad de
munificencia patricia: en una escena se nos cuenta que ayudó a una madre
soltera con problemas económicos, la misma que ahora viste trajes de $3000 de
Coco Chanel, “porque creía en ella”. Pero esto es otra pamplina, como la supuesta
lealtad a sus amigos, a los que vende porque son ratas que al final le
traicionan y esto es la jungla. Y da igual que se base o no en hechos reales.
La película no es una novela realista seria ni una reflexión sesuda de
apariencia cómica sobre la vida en el capitalismo postmoderno, sino un intento
de capitalizar en el mercado del cine el tema de los banqueros sinvergüenzas
jugando con el SuperEgo de los pijos y de los quiero-y-no-puedo. Sé que la
frase es dura y que puedo equivocarme, pero la sensación es de estar ante una
película hecha con prisa para agarrar el dinero (y correr). (Y seguro que el
filme no será, como Goodfellas, declarada
de "importancia cultural" y seleccionada para su preservación en el
Registro Nacional de Cine por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.)
Se podría argumentar que estos tipos existen y que representan la
mentalidad de los ricos, que Scorsese lo que hace es ponernos delante un espejo
de la realidad, “la jungla”. Es posible, aunque sigo pensando que hay una
especie de celebración grotesca de lo grotesco. El “espejeo” hace que algo de
la película sea soportable (un servidor ha conocido personajes con la
mentalidad de J. Belfort), que se tenga que reconocer que lo que hay es lo que
hay. Pero algo en el filme no funciona.
Scorsese ha intentado convertir a Jordan en un wise guy ("tipo
listo"), en un mafioso, en un gángster. La ecuación es fácil y falaz pero
lo peor es el tono de celebración dionisíaca presente en la textura e insisto
que es lo mismo si se basa o no se basa en hechos reales, como otras veces. Las
referencias de la película a otras de sus producciones son evidentes: Goodfellas
(1990, Buenos muchachos, Uno de los nuestros; basada en el libro de
Nicholas Pileggi Wiseguy (1986)) o Casino (1995). Referencias y
homenajes, citas y autocitas: en la boda de Jordan y Naomi, con un escenario
parecido a la primera escena de The Godfather Coppola, o a sus propias
bodas imaginarias de sus filmes. “Siempre quise trabajar en Wall Street” es igual
a “Desde pequeño siempre quise ser un gángster” (en Uno de los nuestros). El intento es fallido, en mi opinión: la
película es demasiado larga, enrevesada, previsible, con una banda sonora
metida con calzador, un guión que podría haber sido escrito por un seminarista
de motivación empresarial (de hecho, así acaba el protagonista) o una reunión
de borrachos machistas buitreando mujeres. Esto último, el trato a las mujeres,
no se sabe si es una denuncia o una incitación: o son putas o son barbies,
salvo la madre soltera que triunfa como broker y se gasta con
regularidad el salario de varios obreros en trajes de marca.
Es posible que me esté pasando y que lo que digo sea demasiado tajante. No
es una condena moral de la película. (Tampoco que sea un pecado correrse una juerga y pasarse de cuando en cuando.) Scorsese es uno de mis directores
favoritos, uno de los "grandes", pero el lobo de Wall Street le ha
salido chucho. No por nada, sino, quizás, por la falta de ambigüedad, por
aquello que hace que un buen libro o una buena película lo sea: la tensión
interna, la profundidad (que siempre bordea la pedantería), la extrema
violencia del sistema capitalista que dejó clara en otras películas, se tengan
las ideas que se tengan fuera de la pantalla o del plató. Los gángsters de sus
otros filmes tenían muertos a sus espaldas, y de esa muerte se producía dinero.
La riqueza de Belfort es capital fantasma, como los muertos que genera el
capitalismo de casino.
Nota adicional: en la sala había personas que reían a carcajadas las
orgías, el abuso de mujeres, las sobredosis de estupefacientes y el lanzamiento
de langostas a los agentes del gobierno. Para mí, es una de las pocas películas
en que un agente del FBI me cayó simpático.
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