Thomas Malory (fl.
c. 1471) fue usado por John Boorman y Rospo Pallenberg en su adaptación
cinematográfica del mito artúrico: Excalibur (1981).
¿Qué permanece de Malory, del imaginario del otoño medieval, en el artefacto fílmico?
Las películas de
Boorman presentan a personajes en situaciones límite, incluso absurdas: en Infierno en el Pacífico (1969), un americano y
un japonés en una isla desierta durante la Segunda gran guerra; en La selva esmeralda (1985), un chico rubio
viviendo como un indio en la jungla amazónica, luchando contra constructores de
un embalse (tema ecológico); y Defensa [Deliverance] (1972) narra cómo unos cazadores
son violados y perseguidos por unos montañeses. ¿Por qué el mito artúrico?
El motor de la
narrativa son los instintos primarios entrelazados a un novelón familiar,
incesto incluido. Uther Pendragon
consumido de deseo por Igrayne, la mujer de su rival el duque de Cornwall, es
transformado en este por Merlín el brujo para poseerla, de cuya unión nacerá
Arturo. Lancelot, el mejor de los caballeros, traicionará a su amigo y señor
por amor a su mujer, Ginebra; Merlín es seducido y destruido por Morgana, hija
de Igrayne y el duque y, por tanto, hermana de Arturo, a quien a su vez engaña
con artes mágicas para concebir a Mordred, un joven hermoso pero maligno,
vestido con una armadura de oro mágica que lo hace invulnerable a toda arma
forjada por la mano del hombre. A partir de este momento del filme todo se
viene abajo, el mundo se hace añicos. El triángulo amoroso (Lancelot, Ginebra y
Arturo) resulta en la destrucción del Mundo y la pérdida del paraíso o Camelot,
castillo de oro construido alrededor de la Tabla Redonda, alrededor del cual se
habían erradicado la guerra, el hambre y la enfermedad, donde florecieron las
artes, la ciencia, la paz. De hecho, a pesar de la victoria final sobre las
fuerzas del Mal, no habrá regreso de Arturo, no habrá Paraíso en la tierra.
Por tanto, el
desastre puede ser el fruto amargo de la mentira, de la pérdida de la lealtad.
Probablemente en Malory se trata de tematizaciones propias de su imaginario:
los lazos feudales, la virtud mujeril y la tentación pecaminosa, los enlaces
matrimoniales, la lógica de la venganza, la servidumbre. La traición primigenia
sería la lujuria (pecado capital), Uther rompiendo el tratado con el duque por
puro morbo, lo que provocaría su muerte y el regreso de la guerra; la expulsión
del Paraíso será revivida en la traición de Lancelot. Tanto el relato original
como el filme, quizás por el material mítico y poético, son ricos en ecos legibles en códigos freudianos e incluso
lacanianos (si se presta la atención debida al Conjuro de la Creación).
En realidad, lo que
sucede es que Boorman reúne los elementos del relato artúrico para crear un
espectáculo de muerte, violencia y sexo. Era la época de Conan el Bárbaro (1982). Y como esqueleto
narrativo, el novelón familiar freudiano arquetípico: un huérfano (Arturo)
busca a su padre, conquista a la princesa, se convierte en rey de un país de
fábula, es traicionado por su amada y su mejor amigo pero al final los recupera junto con su reino para acabar venciendo sobre el
Mal, muriendo convertido en semidiós. Narcisismo soñador a tope. Pero a veces el cine logra convencernos del sueño
narcisista incluso si este es materia perfecta para su parodia.
¿Y la espada? ¿Qué
pasa con la espada? Excalibur no ha sido forjada por manos humanas y es
entregada a Merlín por esa extraña figura materna, la Dama del Lago, quien se
la quedará tras la batalla final y muerte de Arturo. La tentación es convertir
el arma en un símbolo fálico o, en caso de repelús por el miembro, dejarla como
símbolo del Poder, ya que su posesión hace invencible a su dueño. Todo ello
sin que sea necesario entrar en el significado antropológico o histórico de la
espada (¡por favor!). Posiblemente, la cuestión es más simple de lo que parece:
la espada hace el papel del MacGuffin:
anuda el relato.
La banda sonora, un collage de Trevor Jones basado en Carl Orff y Richard Wagner, añade una dimensión grandiosa a las sangrientas escenas de batalla y entusiasmos épicos, que no carecen del encanto de un cómic. Boorman logra hacer un producto que roza el pastiche del mito, manteniendo algo el tipo de aire de leyenda. Cómo lo logra no es un misterio: el humor de Merlín salva el producto de la chabacanería y el estereotipo. Entre tanta lucha, miseria y fragilidad humanas, se dibuja la sonrisa irónica del sabio Merlín, el amigo del Dragón. Inolvidable.
Merlín, interpretado por el talentoso Nicol Williamson
"Remember, there's always something cleverer than yourself." |
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