Hiperrealismo,
locura y muerte (o cómo enganchar al espectador)
Las horas del día nos cuenta la historia de Abel, un tipo absolutamente normal en su vida cotidiana al que, de cuando en cuando y sin que sepamos por qué, le da por matar personas desconocidas que elige - parece ser - al azar. El estilo
de la película es muy parecido al de La
soledad (LS, también de Jaime Rosales), pero
sin polivisión: planos fijos (a veces
desde ventanas o puertas), estáticos, no hay banda sonora, no hay
“espectacularidad”, los asesinatos son torpes, desmañados, brutales en su
literalidad. En todo el filme hay una falta de emotividad, un alejamiento frío
del espectador y de los hechos narrados, rozando el hiperrealismo que señalamos a propósito de LS. Al espectador se le escamotea la posibilidad de interpretar,
como si la realidad de la película existiera fuera de toda interpretación
posible, o como si el director (de forma parecida a LS) nos dejara a nosotros elegir la interpretación, de forma que
todas las interpretaciones fueran posibles, lo que reduce la película a una
especie de grado cero de la interpretación.
A la manera de Psycho (o
“Psicosis”, 1960) de Hitchcock, la cámara entra en una ciudad y se cuela por
una ventana. En el caso de LHD es
Barcelona (concretamente el Prat de Llobregat) y la casa es la de Abel. En una
primera escena aparentemente inútil (posterior a los planos iniciales de la
ciudad), Abel se afeita con una maquinilla frente al espejo. El tema del
espejo, sin embargo, no es gratuito: se trata de una referencia al juego de
espejos del cine, por un lado, y al tema del doppelgänger (vocablo alemán para el doble fantasmagórico de una
persona viva) por otro: el “doble” cinético, la imagen del “mi otro yo”, tema
clave en la literatura y el cine, la “Sombra” (tema teorizado por Jung, en la
vertiente ideológica esencialista), de la cual tenemos ejemplos conocidos en
literatura que después serán elaborados en el cine, p. ej. R. L. Stevenson: The Strange Case
of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1886) o The
Picture of Dorian Gray (1891), de Oscar Wilde.
En la película hay únicamente dos asesinatos, además de dos
muertes simbólicas: la muerte de la amistad con su mejor amigo Marcos y del fin
de su relación con su novia Tere (harta de la inexpresividad, apatía y falta de
ilusiones de Abel). Hay que señalar que dos asesinatos en las casi dos horas de
película es poco para el espectador contemporáneo que gusta de este tipo de
productos. La filmación del primer asesinato parece estar inspirada en una
escena muy similar de Krótki film o
zabijaniu (No matarás, Krzysztof
Kieślowski, 1988), pues se trata, exactamente igual que en LHD, de un taxista en un lugar abandonado —solo que el taxista de
Jaime Rosales es una mujer—, de un asesinato brutal, difícil, incluso torpe y
de una muerte lenta, como en el segundo asesinato de Abel.
Las horas vacías
LHD carece de un estudio psicológico o de algo que se le parezca. Al lector le es casi imposible, de alguna forma, responder al interrogante de por qué Abel mata. Su rostro, totalmente inexpresivo, es totalmente opaco. Su lenguaje parco, aburrido. Que sepamos, no tiene aficiones (salvo la de asesinar), y cuando lo hace es torpe, descuidado, sin intenciones artísticas (al contrario que tantos otros psicópatas del cine, por ejemplo el genial Hannibal Lecter.
LHD carece de un estudio psicológico o de algo que se le parezca. Al lector le es casi imposible, de alguna forma, responder al interrogante de por qué Abel mata. Su rostro, totalmente inexpresivo, es totalmente opaco. Su lenguaje parco, aburrido. Que sepamos, no tiene aficiones (salvo la de asesinar), y cuando lo hace es torpe, descuidado, sin intenciones artísticas (al contrario que tantos otros psicópatas del cine, por ejemplo el genial Hannibal Lecter.
¿Por qué mata Abel? ¿Cuáles son esas “horas del día” a las que se
alude? Quizás una alusión a la existencia silenciosa de la violencia y el
terror en el interior de la anodina y rutinaria vida diaria (las horas del
día), a una realidad ilegible que únicamente proporciona —como el pensamiento
posmoderno— la posibilidad de hacer una interpretación interminable de un hecho
sin llegar a ninguna parte, a ningún sentido. ¿Cómo hacerse idea de qué
interpretar si ningún elemento de la película nos da ninguna pista? ¿No es
posible que para el mismo texto no haya posibilidad de interpretar (comprender,
saber) a una persona como Abel? Es posible que la clave sea esta: LHD es una película realista en la que
hay una pérdida de realidad, por puro exceso de la misma. El mismo rostro del
personaje (interpretado por el actor, Álex Brendemühl) es síntoma de esta
inexpresividad.
Lo único “raro” que veremos en Abel es que siempre ironiza, ataca
o molesta a sus interlocutores en la conversación, incluso intentando
humillarlos: a Trini, su empleada, a Tere, su novia, o a su madre; en una
escena fundamental antes del segundo asesinato, confiesa a su mejor amigo,
Marcos, en el día de su boda (de Marcos), haber sido besado en cierta ocasión
por su novia (de Marcos), lo que supone —claro— el fin, algo violento, de su
amistad: “Me das pena, Abel” —le espeta su amigo. Esta confesión tiene lugar en
un cuarto de baño, en el lugar de celebración de la boda. En este sentido,
podemos especular que escoge a una mujer (la taxista) como objeto de su primer
asesinato, desplazando y descargando contra ella su frustración y violencia
contenida, como desplazamiento de su madre (que pasa de él), su empleada (“que
no le respeta”) o su novia (que siempre se está quejando y está más que “harta
de su apatía”). En el segundo asesinato elige un hombre en un cuarto de baño,
remedando la confesión cutre a su amigo Marcos en el baño anterior y donde
Marcos, su mejor amigo, indignado, lo había mandado a paseo.
El problema
de la “interpretación” sucede por el estilo de la película (el hiperrealismo), como hemos sugerido. En LHD no hay reflexión, ni moralina, ni
estudio psico-sociográfico. Rosales prescinde de toda la parafernalia común a
este tipo de películas. El filme carece de afectos, de emotividad y de gesto
hermenéutico. Intelectualmente, la aproximación de Rosales a su personaje
podría definirse como una especie de “nihilismo ilustrado”.
En otro sentido,
el misterio mismo de Abel y la presentación de los hechos parece no responder a
ninguna lógica, lo cual quizás tenga que ver con la extensión de la teoría del
caos (chaos theory) al campo
artístico e intelectual. Como si el mundo de LHD fuera una masa caótica en movimiento de la que es imposible
comprender su sentido.
A la manera de las múltiples elecciones posibles en las barras de
un supermercado (el ejemplo es burdo pero no carece de lógica, por cuanto que
el supermercado es la lógica máxima del capitalismo flexible) la película
pretende dejar al espectador que “rellene huecos”, que elija su propia
interpretación, en una especie de gesto simbólico de deferencia o, cómodamente,
liberándose de la responsabilidad de elaborar un Gran Relato del por qué del
horror. Puede decirse que incluso crea una especie de “libre elección total” que
impide elegir, pues cuando todo es posible, nada es posible. No hay un
jamesoniano “gesto utópico”.
Posiblemente el hiperrealismo
de Rosales produzca un efecto extraño: a pesar de ser historias de ficción, el
estilo excesivamente realista de las mismas hacen que en el camino, en cierto
sentido, se pierda la realidad. Al mostrarlo todo, no muestra nada, no esconde
nada, no sugiere nada, una especie de “lo que ves es lo que obtienes” (‘What
you see is what you get’) en lo que lo único que nos queda son los cuerpos y su
misterio, el azar de sus encuentros [1].
Un género
híbrido, un género “raro”. Un psycho-thriller Made in Spain.
El concepto de autor, o de cine de autor, trasladado desde el
campo de la literatura como “marca” de estilo, ha servido para dicotomizar el
cine reproduciendo la tradicional división entre Alta Cultura y cultura
popular. Esta distinción ha dejado de funcionar desde los ochenta (sobre todo),
pero parece resistirse a desaparecer ya que constituye una marca de identidad
del cine europeo frente al norteamericano. Como comentan (passim) los autores de HGC,
el futuro del cine pasa por el monopolio económico de las grandes
multinacionales norteamericanas, sin que quede claro el futuro del cine
europeo, en franca situación de crisis, agravada por el desarrollo o
transformaciones tecnológicas, que exigen una cada vez más fuerte inversión
económica.
Las declaraciones de la entrevista a Jaime Rosales, contenida en
el DVD de Las horas del día, nos dan
la clave de lo que está sucediendo y de las tensiones internas resultado de la
situación del mercado. O, mejor dicho, sus declaraciones confirman lo que la
misma forma de la película nos ofrece en bandeja. Tras presentar su película
como resultado de sus influencias de auteur,
con toda la parafernalia de prestigio que eso implica, Rosales comenta la
situación del cine español, es decir, la “crisis del cine español”. Entre sus
influencias se citan nada menos que a Haneke, Kieślowski, Chabrol, Bresson, Pasolini,
Rossellini, Godard, Fassbinder y Yasujiro Ozu… (casi nada). Estas “influencias”
de otros auteurs (que podrían
constituir el objeto de otro estudio sin duda con más retribución simbólica en
el campo) resultan en la frialdad o alejamiento emotivo de su cine, en el
cuidado de la textura: «Estamos ante una obra preparada concienzudamente,
marcada hasta en sus más pequeñas inflexiones» (Bellido, web). Nada comenta
Rosales sobre la influencia de las películas norteamericanas, ni siquiera de
los clásicos (Hitchcock, Powell, Laughton, Demme, etc.). Es posible que LHD sea simplemente un “híbrido” entre
los productos europeos como marca de autor y el cine de masas made in USA.
Pero, curiosamente, Rosales dice que en Europa se debería optar por financiar
el cine de autor, dado que no se puede competir con el norteamericano. Los
hechos, sin embargo, desmienten lo que está sucediendo. Por el momento, y
viendo los productos que están saliendo al mercado español cinematográfico en
los últimos años, parece ser que lo que se está financiando es un cine a la
americana con una marca cultural europea. El éxito de Amenábar lo prueba. Y no
sólo él. Como señala Manuel Vidal Estévez en “Cines europeos «versus» cine
europeo. Instantánea” (HGC 167-198):
«Ninguna descripción del actual momento del cine europeo puede prescindir de
señalar uno de sus aspectos más significativos: el afán de muchos de sus
directores por trabajar en Estados Unidos» (íd., p. 173), «raro es el país
europeo que no cuente al menos con un representante en este flujo soñado»
(íd.). Una gran mayoría de personas que viven en y del mundo del cine (quizás
no es el caso de Rosales) consideran que Hollywood es la esencia del cine. Ubi
est thesaurus tuus, ibi est cor tuum (Mateo 6, 21) («donde está tu tesoro,
allí está tu corazón»). Otra cuestión es el origen europeo de muchos grandes
directores de Hollywood (p. ej. el británico Hitchcock); no se trata tanto del
“origen” como de qué productos se hacen y para qué tipo de público.
Si Las horas del día es
un producto cinematográfico “híbrido”, a medio camino entre el cine de autor
“europeo” y el cine de masas, eso no lo hace menos interesante. De hecho —en mi
opinión— es una gran película, sobre todo por plantear, con una fotografía
hermosa y una falsa sencillez embaucadora, como si no pasara nada, la gelidez
de las relaciones humanas en el capitalismo flexible, un sistema de dominio
amorfo e ilegible donde la soledad, la locura y la violencia forman parte de la
normalidad. Quizás sólo el “nihilismo ilustrado” de Las horas del día sea capaz de plasmar en la pantalla esa opacidad
y oscuridad de las relaciones personales actuales: «The mundane holds a special
kind of terror. It is the whisper of shadows, not the
madman’s ax, which is most terrifying» (Rockoff 2002: 70) («Lo mundano posee
una clase especial de terror. Lo más terrorífico no es el hacha del loco, sino el susurro de las
sombras»).
[Fragmento del artículo publicado en Studia
Romanistica, Ostrava: Ostravská
univerzita, 10, 1, od s. 61-74, 14 s. ISSN 1803-6406. 2010.]
Las horas del
día. Estrenada
en España el 6 de junio del 2003. Dirección.: Jaime Rosales; guión: Jaime
Rosales y Enric Rufas. Fotografía de Óscar Durán. Producción: Jaime Rosales y
Ricard Figueras. Intérpretes: Álex Brendemühl (Abel), Ágata Roca (Tere), María
Antonia Martínez (madre de Abel), Vicente Romero (Marcos), Pape Monsoriu
(Trini), Irene Belza (Carmen), Anna Sahun (María), Isabel Rocati (taxista),
Armando Aguirre (señor mayor). Duración: 110 min. No recomendada menores de 13
años. Distribuidora: Nirvana Films. Premio
FIPRESCI (Fédération Internationale de la Presse Cinématographique) en el 2003,
en Cannes.
[1] ‘What you see is what you get’ (or WYSIWYG), “lo que ves es lo que obtienes”, es terminología de los
ordenadores, y se refiere a la situación en la que la pantalla del ordenador
presenta una reproducción detallada de lo que será la página imprimida. No
sabemos cómo funciona en realidad ese proceso. Pero la frase tiene su origen en
el intercambio mercantil: «The phrase had a life before computers. It had been used by advertisers in the USA since at least the 1940s to
indicate a straightforward, no-fuss form of trading. An advert for a furniture
sale in The Galveston Daily News in May 1949 comes close: Rules of This Sale /
No Refunds... No Exchanges... No Tradeins or Approvals. / What You See Is What
You Buy What You Get!».
REFERENCIAS
Las horas del día, DVD, Cameo Media S. L. (2004). Contiene una entrevista al
director.
PALACIO, Manuel y Santos ZUNZUNEGUI
(coord.) (1995), Historia general del
cine. Vol. XII: El cine en la era del audiovisual, Madrid: Cátedra.
ROCKOFF, Adam (2002), Going to
Pieces. The Rise and Fall of the Slasher Film, 1978-1986. Jefferson, North
Carolina: McFarland & Company.
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