Reírse de los jirones de la nada. (Nota sobre Ficciones para una autobiografía (2015), libro de poemas de Ángeles Mora.)
La poética de Ficciones para una autobiografía transforma
el “yo-libre” o “yo-memoria-vida” en una interrogación radical, sobre el propio
cuerpo y el cuerpo de los otros, sobre el lugar de los diferentes “yo-soy-no-soy”
de su texto.
El libro conoce su impostura,
sabe que a la vez que se miente se emplaza en el mundo. El lugar de esa poesía
es el no-lugar o la busca de un no-lugar, un cuerpo que se encuentra como en
sueños desdoblado y se ve hablando con otros cuerpos. El lugar de esta poesía
es contar una historia una vez, con “la sonrisa, / el hueco del amor”.
La poética
encontrada por Ángeles Mora no busca entre las ruinas de la experiencia, la
vida y el yo un sentido al que agarrarse. Rechaza la identidad propia, acepta
lo contingente y lo ininterpretable. Parte del extrañamiento radical frente al
propio cuerpo y el propio yo desde el inicio, en su poema-interrogación, “¿Quién
anda ahí?”. Su respuesta, una búsqueda de “lugares de escritura” por puro
placer, jouissance, sabiendo que el viaje a los lugares de la infancia,
el patio, el hambre, los susurros y juegos, solo llevan el recuerdo pasado y el
amor de estar vivo. Pero hay siempre – insisto – una interrogación, un
extrañamiento que es resistencia, desde el humor y la ternura, a la nostalgia y
la melancolía. Ángeles Mora no escribe para nombrarse, sino para leerse a sí
misma entre líneas, para verse desde fuera sonriendo “condescendiente / como
quien lee / el revés de un autógrafo”.
La
autora lee su vida mirando la mentira- verdad de llamarse yo, “aprendiendo a
aprender / en un mundo de fábula, / aprendiendo a ser nadie”. Lee y escribe su
vida en dirección contraria al fantasma de llamarse “yo” sin desgarrarse. Nos
cuenta cómo llegó a los versos desde Emily Dickinson y Miguel Hernández, pero
también desde la imagen en un cine de verano de Gary Cooper solo ante el
peligro, pero cómo en vez de querer encerrarse en las paredes silenciosas de un
cuarto propio, quiso salir a la calle y ver “el cuarto de afuera”.
El
final Ficciones es pura lucidez, surgida de la poética impura del mundo
literario de la Granada de los 80. La infancia perdida no era un paraíso y la
magia del mundo hay que comprenderla y leerla a diario, en “la tinta cruel / que
atraviesa el papel de la mañana limpia”. El final de Ficciones es un
tríptico en el que la voz del texto muestra la explotación, la pérdida, la
destrucción, pero también el amor. “Cae la venda un día / y ya todo es
distinto. Y las costuras falsas / se abren”. Javier Egea podría haber escrito
con Ángeles estos versos tan intensos. Porque es posible nombrarse como pura
contradicción, “yo-soy-no-soy”, para transformarla – sin duda – en una pequeña arma
de resistencia.
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