Que Sócrates fuera una persona que en ocasiones se volvía arrogante en sus asertos y tajantes afirmaciones no es algo que yo
me invento para pasar por iconoclasta. De ello habla, largo y tendido,
alguien que fue testigo de ese "hablar grande" o megalegoría: Jenofonte, en su Apología. Tal vez sea la imagen elegida por el coronel de caballería (Jenofonte), si bien hay que reconocer que coincide con Platón.
Un ejemplo
claro de su característica megalegoría ("hablar
a lo grande") es el Protágoras. A
lo largo de este diálogo, Sócrates se hace irritante: cambia de tema varias
veces, parodia los discursos de los asistentes, se ríe de su forma de hablar,
propone la brevilocuencia como método de análisis frente a los discursos de su
contrincante Protágoras para, una vez que éste ha aceptado, soltar un largo
discurso parodiándole. Finalmente, el viejo y sarcástico Sócrates impone al
auditorio ser él quien lleve la voz cantante en el examen (exetasis) o elenchos, el interrogatorio sistemático que
conduce como él quiere, de forma algo confusa, frente a un Protágoras
evidentemente cansado de la hostilidad algo cerrada de su interlocutor. Cabe
especular por qué todo esto. Un Sócrates vestido con una tosca túnica, a la
espartana, reluctante, a punto de marcharse en alguna ocasión, frente a un Protágoras educado, sofisticado, seguro de sí
mismo, arropado simbólicamente por los asistentes. A lo largo de la obra, es
posible sentir la agresividad de Sócrates hacia Protágoras, pero también el
respeto con el viejo filósofo es tratado por todos.
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