Sobre
el prólogo general de la Historia de la literatura española, dirigida
por José Carlos Mainer (2010-). (II)
El ensayismo propuesto en el prólogo se debe no solo a su eclecticismo y apertura, sino también al posible público no especializado. Pero el eclecticismo y el matiz son relativos, porque la literatura como obra de arte eterna no se pone en duda. Dilucidar esto es complicar las cosas y no es para zanjarlo con cuatro lugares comunes en una entrada de blog pero está claro que el manual se presenta de esa forma que, en la escuela materialista se tacharía de “esencialista”.
Hay
algo que no está en la obra (no le es exigible, por otro lado) y que está
prácticamente ausente de los estudios hispánicos en general, con alguna
excepción. ¿Quién educa a los educadores? La pregunta se ha hecho muchas veces
pero siempre se ha quedado en exposiciones de los diferentes ismos teóricos endosados a los autores con y a los que se discute con el fin de
justificar el propio ismo (v.g. derrideano
versus lacaniano, queer student versus ecotheorist) o bien como denuncia de las
instituciones, o los intereses de clase (v.g. Fulano ideólogo consciente o
inconsciente de la burguesía), en este caso convirtiendo los campos culturales en
espacios heterónomos donde una burguesía tentacula a sus unidimensionales
sujetos.
Intentar
responder a la pregunta por los educadores no se basa en un afán de denuncia o
de desvelamiento de las tramas e intrigas de las relaciones de poder en el
campo académico… estas tramas son inevitables como en cualquier trabajo o producción
humana donde hay relaciones de poder e intereses en juego. La pregunta que se
interroga por los productores puede enseñar cómo se construye lo que parece
incuestionado. Estudiar literatura, leer literatura de una forma activa,
constructiva, comprender de verdad, implica poner en suspenso los supuestos que
son entregados como evidentes en la educación y esto puede hacerse leyendo a
los lectores e investigando a los investigadores. En definitiva, ¿quién es José
Carlos Mainer? ¿Quiénes son los que escriben esta obra? ¿Por qué ellos y no
otros? ¿A qué responden las líneas de investigación de una escuela determinada?
¿En qué redes intelectuales y universitarias se encuadran sus trabajos? ¿Cómo
se articulan esas líneas de investigación, esas lecturas, con una política
educativa determinada y con una concepción del mundo, mitología o andamiaje
ideológico determinado? ¿Cuáles son las condiciones de la autonomía creativa y
qué efectos de liberación puede producir su estudio?
En
estas preguntas por las condiciones materiales de la investigación no hay un
deseo insano de hurgar en las raíces para agusanarlas, y aunque hubiera malignas
intenciones ocultas, las preguntas pueden seguir siendo productivas. No es
cuestión de ajustar cuentas en nombre de ningún gran relato: pensar todo esto
sería tener tan malos pensamientos como los malos pensamientos achacados al que
plantea las preguntas malignas. Existe la tendencia a soterrar o callar las
condiciones de existencia de los universitarios, como si mencionarlas fuera
lanzarlos al fango. O como si los productores (incluidos los escritores de
literatura creativa) fueran ángeles que no comen, espíritus puros dedicados a
la contemplación desinteresada de la belleza del Canon, seres autónomos más
allá del bien y del mal, transmisores de una tradición de bondad, verdad y
belleza. Todo esto puede ser cierto, pero además una sociología de la filología
puede aclarar aquello a lo que un autor alude o elude decir o por qué dice lo
que dice en un momento determinado de su historia personal y de la historia del
campo.
Tampoco
hay que engañarse. Respeto mucho el trabajo de todos estos grandes hispanistas,
y seguramente la obra es importante (ya está pedida para nuestra lejana
biblioteca en Brno). Pero, insisto, no hay que engañarse:
Los maestros canónicos de las disciplinas canónicas consagran una parte importante de su propio trabajo a la producción de obras cuya intención escolar está más o menos doctamente negada y que son a la vez privilegios, a menudo económicamente fructíferos, e instrumentos del poder cultural en tanto empresas de normalización del saber y de canonización de los conocimientos adquiridos legítimos: sin duda son los manuales, los libros de la colección "Que sais-je?" y también las innumerables colecciones de "síntesis", particularmente florecientes y rentables en historia, los diccionarios, las enciclopedias, etc. Estas "vastas síntesis", a menudo colectivas, más allá de que permiten reunir y gratificar a amplias clientelas, tienen, por obra de la selección que operan, un efecto de consagración (o de palmarés) que se ejerce primero que nada sobre el cuerpo docente. (Bourdieu, Homo academicus, Buenos Aires 2008 [fr. 1984], p. 137).
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