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En el trabajo de R P
Sebold "Cadalso y Larra: una
inseguridad romántica en dos tiempos" (1993), disponible en la BVMC, nos
encontramos en el extremo opuesto a la práctica científica de José Escobar
Arronis que tratamos en una entrada anterior. El problema aquí es un excesivo
biografismo, simple y brillante y efectivo, pero algo limitado.
Plantea Sebold una
definición estereotipada del nuevo yo romántico y de la nueva crítica venida al
mundo con el capitalismo moderno: al hacer la crítica de los valores históricos
y sociales, el autor -nos dice- pone frente a ellos, instintiva y fatalmente,
el propio yo. Tras una abrumadora cita de Ortega, "yo soy yo y mi
circunstancia", Sebold explica que la obra de Cadalso y Larra es similar
puesto que sus existencias son similares. "Son tan similares las
principales circunstancias vitales de Dalmiro y Fígaro, que una misma fortuna
parece haber presidido sus días", un argumento demoledor (cabe sin embargo
preguntarse por otros tantos individuos cuyas vidas fueran iguales pero cuya
existencia fue diferente).
Insiste sin embargo
en la ausencia de la madre, en la orfandad de los autores. "De las
circunstancias reseñadas hasta aquí -mudable vida militar, conocimiento desde
la infancia del gran mundo, ausencia de la madre- se desprende cuáles pueden
ser los primeros orígenes de 1) la irresistible atracción de ambos escritores
-dandis de sus respectivas épocas- hacia la sociedad elegante, 2) su
concomitante ironía despreciativa hacia esa misma sociedad (ninguno de los dos
podía vivir en ella, ni ausente de ella), y 3) la cantidad de emoción y emoción
reprimida que hay en las páginas de Cadalso y Larra, sorprendiéndonos ésta
sobre todo en esos momentos en que a la vuelta de un sarcasmo antisocial se cae
en el sentimentalismo o aun en la sensiblería." El lenguaje es brillante,
pero se tiene la sensación de que no se nos está diciendo nada.
Ambos autores son
cosmopolitas ("Poco a poco el espíritu internacional de la Ilustración va
convirtiéndose en sello del esnobismo dandi del romántico") y ambos están
bien conectados con las redes intelectuales: "En el caso de Cadalso, habría
que mencionar su participación en la tertulia de poetas de la Fonda de San
Sebastián en Madrid y en la que tuvo su origen en la celda de fray Diego Tadeo
González en Salanca, lo mismo que su correspondencia literaria con sus amigos;
Larra acudía con Mesonero, Espronceda, Escosura, etc., a la famosa tertulia
romántica del Parnasillo en el café del Príncipe, y no hace falta recordarle al
lector sus numerosos artículos de crítica literaria."
Sin explicar por qué
Larra se desmorona al final de su vida o por qué Cadalso se torna lúgubre,
Sebold lo soluciona de un plumazo recayendo en el cliché
del héroe romántico: "En los momentos de mayor desconfianza,
Cadalso y Larra buscan cierta compensación emocional echándose en brazos de las
manifestaciones más pintorescas de esas mismas corrientes de decadencia y
reaccionarismo que parecía esencial extirpar. Y no es éste el motivo menos
cordial del atrayente paralelo romántico entre estos literatos que colocan su
yo desnudo frente a su mundo."
A una exposición
bien hecha se superpone una simplicidad biográfica que no expone demasiado. El
análisis de Sebold es enriquecedor, pero sucede que está demasiado pegado a las
cosas mismas y no es capaz de elaborar un mapa cognitivo (como dijimos Jameson dixit) del tema. Por simplificar demasiado se
reduce igualmente. ¿Qué puede importar al lector que a Larra o Cadalso les
faltara su madre? Ello puede ser un motor inconsciente de la pasión crítica o
de los temas elegidos, pero no explica la energía depositada en las elecciones
políticas e ideológicas de los autores. Además, aunque explicara todo, no es
comprobable: pertenece al mundo opaco del individuo real, y nosotros sólo
tenemos individuos epistémicos de los que solo podremos conocer una parte,
relacionada siempre con su obra. Ayuda a comprender ciertos temas el hecho de
que que provengan de clase alta, que hayan viajado mucho o que hagan carrera
militar, pero tampoco en exceso: como ellos hubo miles de españoles. Todos los
trabajos de Sebold son de gran calidad, pero hay que preguntarse por qué no se
plantea determinadas cuestiones.
Las redes
intelectuales en las que se insertaban o las relaciones políticas pueden
iluminar la fuerza crítica de sus textos, en los que puede haber una presencia de sucesos personales, privados. Pero si no consideramos que, efectivamente, hubo una revolución
cultural y que la Revolución dual, como la llamó Eric Hobsbawm (1917-2012)
cambió la forma como se escribía el mundo, no comprenderemos nada. Además
importa asimismo comprender por qué leemos y estudiamos la actualidad de Larra
o Cadalso. No por nada serán la angustia de la influencia de la llamada
"generación del 98" y acabarán convertidos en Canon. Hay algo de todo
esto que aún permanece en nosotros (con todas las mediaciones, inmediaciones y
demediaciones, en la cultura y literatura españolas del 2012), y como dice una
frase de Wittgenstein (citada por Jameson al inicio de Documentos de cultura, documentos de barbarie (1981), favorito
de Escobar, como vimos), "imaginar un lenguaje significa imaginar una
forma de vida."
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