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Romanticismo y Revolución.




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José Escobar Arronis (1933-2008) utilizó en su pequeña biografía de Larra para la página de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes materiales de sus propios trabajos - excelentes - sobre el autor y sobre el Romanticismo. Por ejemplo los artículos: "Romanticismo y Revolución" (1986) y "Larra y la revolución burguesa" (1987) -este resumido y comentado en una entrada anterior.

Escobar utiliza en "Romanticismo y Revolución" un par de nociones clásicas para entender el fenómeno (entre comillas): "entorno ideológico" e "inconsciente político".  La primera la toma de Medvedev y Bajtín, la segunda del filósofo y crítico cultural norteamericano Fredric Jameson. Pero la fuente principal de su análisis del Romanticismo es el filósofo húngaro G. Lukács, de quien toma su concepción del Romanticismo como "irracionalismo", como opuesto a la Razón de la Ilustración. Sin embargo, Escobar matiza los planteamientos de Lukács. En cualquier caso, el Romanticismo se convierte para él en expresión de una época. Todo esto requiere explicación pero mejor empezar por los propios planteamientos de Escobar. 

El romanticismo -cita Escobar a G. Lukács- es una importante corriente espiritual general del siglo XIX, desencadenada política y literariamente por la Revolución Francesa, pero como oposición a ella. Pero siempre se quiebra la punta de esa crítica, porque, para los románticos, la dinámica de las contradicciones no apunta al futuro, como en el caso de los grandes utópicos del tipo de Fourier o de Owen, sino al intento de dar marcha atrás a la rueda de la Historia y enarbolar la Edad Media y el "Ancien Régime" contra el presente, y el simple intercambio de mercancías contra el capitalismo. Así se produce literalmente el romanticismo verdadero, desde Chateaubriand, pasando por la escuela romántica alemana, hasta Vigny o Coleridge; y lo mismo se encuentra económico-socialmente en, por ejemplo, Sismondi. 

Sin embargo, Escobar matiza todo esto: hay que distinguir entre un romanticismo reaccionario y otro progresista. La rebelión contra la contemporaneidad postrevolucionaria, continuadora de la Ilustración, se puede considerar en dos movimientos ideológicamente divergentes: romanticismo reaccionario y romanticismo progresivo; "mal de siglo aristocrático" (que propone retroceder a valores de una época prerrevolucionaria) y "mal de siglo burgués". No está claro realmente lo que quiere decir esto, pero sí la idea principal: la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas como claves: "una y otra vez, en cada punto decisivo, el movimiento se escindió en dos tendencias: la progresiva y la reaccionaria".

La pequeña-burguesía, contradicción social rodante, encarna para José Escobar Arronis esa zozobra, esa indecisión; "podemos concebir el romanticismo como resistencia ideológica a la gran revolución cultural burguesa en un período de transición"; el romanticismo se puede interpretar como un momento significativo y ambiguo en la resistencia a esta gran transformación.  

A estas alturas de su texto aparecen tres referencias teóricas importantes (citadas en la nota 7): E. Balibar y P. Macherey, «Sobre la literatura como forma ideológica» (1974) y Fredric Jameson, The Political Unconscious (1981), más una referencia a Althusser (el trabajo sobre los Aparatos Ideológicos del Estado) y una cita erudita:  "Jameson parte del concepto de Ungleichzeittigkeit, o «simultaneidad de lo no simultáneo», de Ernst Bloch". (Casi nada, ¿y qué? Lo del ungleichzeittigkeit -que se tarda tanto en escribir- de E. Bloch es ejemplo de una cita cuya única función es adornar el texto y mostrar que se sabe mucho.)
La imposibilidad ideológica de dar una respuesta a las contradicciones  de esta transición (la confusión en el paso del ancien régime a la sociedad de mercado, la vida diaria en el mismo, el culto al dinero, el nuevo egoísmo) es lo que infunde un carácter burgués al desasosiego romántico. Un primer romanticismo entusiasmado con la revolución se transformaría posteriormente en oposición a un aburguesamiento de la sociedad, a un liberalismo bien entendido y bienpensante. Se impregnaría algo de la consternación cascarrabias de otro romanticismo inicial contrarrrevolucionario. De ahí que ambos compartan la pasión política, la huida al pasado, a lo exótico, el refugio en quimeras, en la melancolía, la rebeldía...
Describe J. Escobar las manifestaciones españolas de ambos romanticismos (reaccionario y liberal), de Agustín Durán (1789-1862) y Alberto Lista (1775-1848) hasta Larra y Espronceda. Los conservadores consideran la Revolución Francesa como una catástrofe, y aunque digan atacar a un "depravado" romanticismo, en realidad es la Revolución el objetivo de la crítica. Para Durán, una visión idealizada del pueblo, el espíritu del pueblo -Volksgeist de sus inspiradores alemanes- encarnado en el antiguo teatro español, representa la salvaguardia del casticismo amenazado por el romanticismo revolucionario actual, llamado "romanticismo malo" para contraponerlo alromanticismo español del Siglo de Oro, el romanticismo bueno. Por otro lado, el pueblo es aceptable como entidad abstracta depositaria de la tradición, pero cuando reclama sus derechos políticos se considera una masa ciega resentida incitada por aquellos a los que los ultracatólicos Duranes y Listas consideran unos resentidos fracasados (tema del “resentimiento” que tomará Nietzsche en los años 80 del XIX, y 100 años después el afamado y consagradísimo crítico literario norteamericano Harold Bloom). (Dicho sea de paso, Larra no se representa a sí mismo ni como populista ni como resentido.)

Lo que distingue al romanticismo reaccionario y contrarrevolucionario del romanticismo progresista y revolucionario es que, ante la común rebeldía contra la contemporaneidad, los unos vuelven nostálgicamente la mirada al pasado, a un mundo prerrevolucionario que todavía no había conocido la deshumanización de la sociedad burguesa, mientras que el segundo romanticismo ve los desajustes del presente con la mirada puesta en el futuro. Es Larra uno de los escritores que representan esta fuerza:
«el pasado no es nuestro; sólo el presente nos pertenece y sólo queremos trabajar para el porvenir». Pero el mismo Larra, en sus reflexiones a propósito de Balzac o Dumas (su reseña de Antony), expresa dudas sobre ese mismo presente, a pesar de creer en el progreso y los ideales liberales, ¿adónde llevan ese progreso y esa libertad? Al final de la revolución se halla la nada. J. Escobar repetirá ideas parecidas en "Larra y la revolución burguesa" (1987). Esa conclusión desesperanzada de Larra produce su crisis personal e ideológica, cayendo víctima del "mal du siècle": frente al mal de siglo aristocrático, Larra no quiere retroceder al pasado, sino que se refugia en la introspección, viéndose "ebrio de deseos e impotencia". 

Ello describe los sentimientos de tantos románticos liberales en una España reacia a la Modernidad o, es posible, las confusiones encontradas de tantos españoles. En el análisis de Escobar se echa de menos algo; su lectura adolece de la simplicidad que implica la tradicional ecuación literatura igual a expresión del espíritu de la época, que no por ser simple es menos complicada en sus planteamientos. Discutiremos esto en la siguiente entrada.

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