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En un artículo de 1987 titulado "Larra y la revolución burguesa", el hispanista José Escobar Arronis intentaba desentrañar las contradicciones del inconsciente político del romanticismo español.
La tradición española ilustrada -explica en este trabajo- carece desde sus
orígenes dieciochescos y durante los períodos constitucionales de comienzos del
siglo XIX de un empuje revolucionario auténticamente radical. La España
ilustrada se manifiesta mediante un reformismo muy atenuado por su incapacidad
de romper con el pasado contrarreformista del siglo anterior, es decir, con la
ideología de la tradición feudal. Los ilustrados españoles se integran, en
general, dentro de un mundo católico tradicional -aunque intentan remozarlo- y
se hallan demasiado apegados a una Monarquía absoluta, de la que esperaban la
solución de muchos problemas públicos.
Sin embargo, junto con esta moderación, y sobre todo a partir del
Trienio, se manifiesta un esfuerzo, por supuesto minoritario, pero tangible
para abrir España a toda la Ilustración
europea, incluso a aquellos valores negadores de la tradición religiosa y
política. Esta tradición heterodoxa y minoritaria existió y tuvo tanta
importancia que sin ella no es posible entender una figura literaria como Larra
o Espronceda.
Con todos los atenuantes que se quiera y salvadas todas las distancias
con respecto a los países adelantados
en la nueva civilización burguesa, no
se puede negar que entre los siglos XVIII y XIX se efectúa en ciertos niveles de la sociedad española una transformación ideológica que se puede entender mediante el concepto
de «revolución cultural burguesa»,
elaborado por Fredric Jameson en su obra The Political Unconscious. De acuerdo con este
autor «La Ilustración occidental puede concebirse como
parte de la revolución propiamente burguesa, en la cual los valores y los
discursos, las costumbres y el espacio cotidiano del ancien régime se
desmantelaron sistemáticamente para que en su lugar pudieran situarse las
nuevas conceptualidades, costumbres y formas de vida, y sistemas de valores de
una sociedad capitalista de mercado. Este proceso implicaba claramente un ritmo
histórico más amplio que ciertos acontecimientos puntuales como la Revolución
Francesa o la Revolución Industrial». Sería, por lo tanto un proceso de larga
duración en el orden supraestructural con ciertos momentos de aceleración
histórica que en la vida de Larra podemos situar en la muerte de Fernando VII y
la vuelta de los exiliados liberales.
La reivindicación casticista del costumbrismo y del romanticismo
histórico representa la reacción ideológica contra el aburguesamiento de la
revolución cultural.
La contradicción
del romanticismo progresista, explica J. Escobar, consiste en querer compaginar
la afirmación optimista de la
modernidad, según los principios
de la Ilustración, con la rebelión angustiosa contra esa misma modernidad,
rebelión, al fin y al cabo,
definidora del romanticismo desde sus orígenes contrarrevolucionarios. Larra expresa lo que para él sería el imposible ideal, lo que él llama «el bello
ideal de la sociedad» que
consistiría en reunir «a las ventajas aritméticas de la civilización, el encanto y las ilusiones, la poesía de un pueblo primitivo.»
Su misma ideología no les
permite vislumbrar más allá de la «civilización estéril»,
sentida como suya, en que desemboca el proceso de su propia revolución. Esta es la gran contradicción del romanticismo progresista: la revolución que propugnan conduce a una civilización estéril
hacia la cual se encamina España con
retraso, pero irremisiblemente. El dilema de Larra resulta ejemplar de esta
generación: se identifica con los ideales de progreso, de dinamismo social, de
libertades individuales y de análisis
crítico de las ideas recibidas, al
tiempo que se siente consternado por las presiones humanas, el materialismo, el
cinismo y las abiertas, desgarradoras divisiones de la nueva sociedad.
Leyendo a Balzac, Larra descubre en la sociedad francesa no el «bello ideal de la sociedad», sino «una sociedad moderna,
árida, desnuda de preocupaciones,
pero también de ilusiones verdaderas,
y por consiguiente desdichada, asquerosa a veces y despreciable, y por
desgracia, ¡cuán pocas veces ridícula!
Balzac ha recorrido el mundo social con planta firme (...) y ha llegado a su
confín, para ver, asomado allí, ¿qué?: un abismo insondable, un mar salobre, amargo y
sin playas, la realidad, el caos, la nada.»
En la crítica del Antony (1831) de A. Dumas,
Larra manifiesta que la revolución
social, reflejada ideológicamente en
la literatura moderna, significa «la
libertad para recorrer ese camino que no conduce a ninguna parte.» Al final de la revolución se halla la nada. No se trata de una simple renuncia a sus principios
revolucionarios, coincidiendo así,
ideológicamente, con la condena del
mismo drama que dos años antes había hecho ya Alberto Lista (1775-1848) en el periódico La Estrella.
José Escobar: "Larra y la revolución burguesa". Alicante
: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000. [Consultado el 4 nov. 2005] (Otra
ed.: Trienio
: Ilustración y liberalismo. Revista de Historia, núm. 10 (Noviembre 1987), Madrid, pp. 55-67).
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