Puesto que quien
escribe esto trabaja de profesor de literatura (española, peninsular) en el
extranjero, debería, automáticamente, hacer dos cosas: primero, no decir que lo
es y presentar la lectura como las reflexiones de alguien en voz alta. Segundo,
plantear preguntas chorras sobre el sentido de la novela y de la literatura, o bobadas como "¿cuál es el secreto de una novela?", o bien, "¿cuál
es el secreto de esta novela?".
Hay una novela real
y una novela teórica. Las disquisiciones sobre ellas a veces pueden ser algo
patéticas: es inútil querer reducir una novela (o la obra de un autor) a la
suma y sigue de un relato inconsciente de los traumas individuales, la novela
familiar freudiana y la propia posición en el campo, aunque algo haya o pueda
haber. Es imposible no sólo conocer las pulsiones que se anudan a la narración,
sino dar cuenta de ellas y, aunque se supieran, demostrar que son siquiera el
esqueleto del relato literario. Más imposible aún es que alguien te crea.
Una novela no puede
fascinar a los lectores si estos no aceptan y se dejan llevar por el pacto
no-dicho con el artefacto literario que tienen entre manos: tú me cuentas una
historia y yo me creo que es real; el mundo que narras es el mundo o tu mundo o
mi mundo, ya veré, porque soy libre de juzgar lo que leo y de creérmelo o no o
incluso identificarme con uno o varios personajes.
La literatura tiene
una función: constituir el armazón de la percepción mítica de la realidad.
Pensamos nuestras vidas en términos literarios (digamos). ¿Qué vida? La
privada, la biografía que nos representamos, que nos escribimos. Los escritores
adornan esas formas de ver las vidas con el arte de la palabra: ritmo, música.
Entretienen, dan sentido, desbanalizan la vida.
Hay muchas
literaturas. Existen muchas formas de novelar: más o menos intromisión de la
política, de la economía, de los Grandes Relatos, pero suele ser la vida
entendida como vida privada. Sin Juan Carlos Rodríguez no habría entendido
esto. Tampoco sin Pierre Bourdieu.
De las condiciones
de cada escritor y de la constitución del campo en un determinado momento, así
como de la coyuntura vital del autor, dependerá el relato.
¿Hay una deformación
siempre en la literatura? Más o menos presencia de los mitos que estructuran la
posibilidad de vivir la vida (los mitos son necesarios), más o menos
objetividad, que también estará determinada por la lejanía o cercanía respecto
del mundo narrado. Y la perspectiva y estructura del campo literario, su mirada
estetizadora, o estetizante, el corazón
de la creatividad artística desde las primeras literaturas burguesas.
¿Por qué se lee si
no literatura? No se leen novelas para aprender, o se eligen para disfrutar
aprendiendo. Si no, mejor leer un libro de historia o de economía.
La literatura,
determinada literatura, mitifica, glorifica la vida subjetiva. Cree en los
momentos determinantes (la infancia, el gesto), las escenas originarias, la
vida como un todo, sea caótico o lineal. ¿Qué pasaría si, de pronto, lo
pusieras todo en duda? Te volverías loco.
Leviatán, de Paul Auster, no pone en duda nada. Bastante hay, parece
decir, con vivir en el vientre del monstruo. Incluso creyendo en todo, la locura y la muerte
social son una posibilidad cotidiana.
¿Quién es el
monstruo que da título a la novela?
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