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Reseña de la monografía Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social.




La siguiente reseña ha sido publicada en la revista Logos.

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Moreno Pestaña, José Luis (2010), Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, Colección “Monografías”, núm. 271. ISBN:  978-84-7476-487-1, 321 páginas.

 [Las notas se encuentran al final del documento]


        Mi profesión es actualmente la de profesor de literatura y lengua castellanas en una universidad checa e investigador en el campo de la sociología de la literatura española. Esto lo describo para que se entienda mejor la reseña de la presente obra.
El libro constituye, en mi opinión, un aporte valioso no sólo a la sociología, sino también a la teoría crítica, y esto por varias razones: la materia tratada, la forma de trabajar del autor y de pensar su trabajo, el dispositivo teórico del libro, las reflexiones sobre otras formas de vivir el cuerpo y unas notas de literatura que me parecen útiles y sugestivas.

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La obra de José Luis Moreno Pestaña [JLMP] es producto del entrelazamiento del campo de la filosofía y el de las ciencias sociales. El título, Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, condensa los impulsos que la forman. El trabajo es, por un lado, un análisis de las diversas éticas del cuerpo que existen en la formación social estudiada (simplificando, la capitalista contemporánea en España). En mi opinión, la aparición de la discusión “ética” o “moral” como eje del trabajo me parece muy acertada, dentro de un contexto excesivamente academizado en el que se desestima la discusión sobre “ética” como algo de bajo peso teórico. No se trata de hacer un manual de moral (JLMP no lo hace) o bien únicamente invocar la palabra, sino discutir qué hacer como sujetos pensantes ante los problemas tratados (trastornos alimentarios, exceso de focalización de la atención individual en el cuerpo) a los que los intelectuales no son inmunes. En este sentido, JLMP propone otra ética corporal a partir de lo analizado y observado en las formas de resistencia de las “clases populares” frente a las normas dominantes del cuerpo, y no sólo una sintomatología sociológica de problemas.
Por otro lado, la expresión “trastornos alimentarios” inicia lo que va a ser una línea de discusión constante en toda la obra en torno a la clasificaciones de lo que es enfermedad y lo que no lo es, quién lo dice y los intereses enmarañados en la producción de encasillamientos e identidades. Por último, “clase social” – como queda claro en la lectura – no es un concepto teórico totalizante para basar una serie de afirmaciones, sino el resultado de un análisis empírico riguroso que considera las diferentes condiciones de existencia de los individuos (véase la pág. 111 y ss. y n. 5). Se diría, en suma, que el título sincretiza en un signo las preocupaciones filosóficas y éticas, científicas y sociológicas del autor.
La estructura del trabajo, equilibrada y cuidada, está recorrida por tres líneas de discusión principales: uno, la imposibilidad de localizar con exactitud cuándo un comportamiento social desviante se convierte en patología; dos, los argumentos frente al etiquetamiento médico o la creación posmoderna de seudo-identidades; tres, los comportamientos “desviantes” como elementos destructores del “espacio sensorial compartido”. Entre cada discusión teórica, reactualizada y reformulada con matices y aportaciones nuevas en cada capítulo, se sitúa el análisis de las historias de vida, de las investigaciones de campo y de las entrevistas y grupos de trabajo.


El dispositivo utilizado (presentado en la introducción y retomado en la conclusión) es propio, original. La discusión teórica es – como se ha dicho – enriquecida al inicio y conclusión de cada capítulo. El autor anuda de forma abultadamente fructífera las ideas de varios sociólogos y filósofos, cuyas referencias difieren en la forma de concebir la enfermedad mental, la desviación social y las ciencias sociales (damos unos ejemplos de las obras principales de estos autores usadas por JLMP): Eving Goffman (Asylums, 1968), Maurice Merleau-Ponty (La structure du comportement (1942), Phénoménologie de la perception (1945)), Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron, José Ortega y Gasset y Baruch Spinoza se encuentran entre las referencias centrales. El Ortega y Gasset de La rebelión de las masas aparece en el capítulo primero y al final del libro en la conclusión como un primer olfateador de la constitución del cuerpo como lugar central de interacciones sociales. Es presentado por JLMP, además, como primer teórico del malestar generado por el “esfuerzo frenético en el vivir” según las normas de los dominantes. Cabe preguntarse por la “necesidad” de Ortega, cuando, quizás, habría sido posible señalar el acercamiento al cuerpo de la novela desde el siglo XIX, desde Bovary y Ana Ozores (por poner un ejemplo archiconocido; claro que no puede esperarse del trabajo que sea una summa).
Pero son Foucault[1], Merleau-Ponty y Bourdieu[2] los soportes básicos de una forma de pensamiento en la que un trabajo de fuerte base empírica se sustenta y dialoga con una sólida estructura teórica. No se trata de una aplicación irreflexiva de dogmas de grandes pensadores sino, como se ha dicho, de diferentes aportes de las ciencias sociales y de la filosofía en la creación de un dispositivo teórico propio. Foucault proporciona una visión anti-psiquiátrica que dota al autor de un conocimiento, primero, de una evaluación crítica de la institución médica, y, segundo, de la base de las posturas dogmáticas posmodernas (vulgata foucaultiana que recarga y extrema la crítica a la racionalidad instrumental). Merleau-Ponty proporciona una visión fenomenológica, haciendo posible el evitar la visión “en macro” de un problema, sofisticando el utillaje de la noción bourdeiana de campo o, si se prefiere, elaborando una microfísica del proceso de funcionamiento (vaivenes, resistencias, trastorno) en el individuo y la relación con su entorno cercano. De Merleau-Ponty toma la noción de “espacio (o campo) sensorial compartido”, evitando (y esto en relación con la cuestión de la “clase social”) una visión simplificadora de la “clase” de pertenencia.
El material empírico, minucioso, está extraído de entrevistas, la experiencia con asociaciones de afectados y familiares y el trabajo con grupos de discusión. JLMP relata con humildad los problemas de su entrada en campos desconocidos, analiza sus experiencias personales en el desarrollo de la investigación, considerando cómo estas experiencias en el trabajo de campo dieron forma a su trabajo y le ayudaron a reformular y repensar algunos planteamientos. Estas reflexiones, expuestas en detalle en los primeros capítulos de su trabajo, están encaminadas a auto-evaluar y re-formular constantemente la labor propia de investigación. Si no estuvieran en la obra, el lector se vería privado del funcionamiento de las situaciones concretas de las que emerge y en las que se forma el análisis.
 Estos tres puntales entrelazados (filosofía-teoría / análisis empírico / autorreflexión de la relación del investigador con los campos de trabajo y las instituciones) hacen poco menos que imposible encontrar en el libro las generalizaciones pseudo-etnográficas, las frases de un materialismo burdo, o las consignas condenatorias o celebratorias moralmente de la “anorexia” y la “bulimia” (dicho sea de paso, el autor, desde el inicio, discute la terminología, rechazando los términos citados), o los grandes gestos académicos (pienso en un crítico de La distinción, el Gilles Lipovetsky de El imperio de lo efímero (1990) o La felicidad paradójica (2007), y en Jean Baudrillard, quienes brillan más – sobre todo el segundo –  por el talento literario y sus “fogonazos” intelectuales que como verdaderos pensadores).
El autor estudia, primero, cómo se vive el cuerpo en las distintas clases sociales y cómo los desórdenes alimentarios vienen a trastocar lo que llama, desde Merleau-Ponty, “el espacio sensorial compartido”; segundo, demuestra que esos trastornos alimentarios provienen de una incorporación de la norma de los dominantes en los espacios de lo que llama “clases populares” (cuando el cuerpo se ha convertido en el centro de interacción social). Esta importante cuestión, desarrollada en la segunda parte de la obra, es una de las más interesantes, ya que muestra como unos patrones de belleza corporal son deseados e imitados por las clases populares con resultados, en muchas ocasiones, dolorosos, ya que las condiciones de existencia y las culturas corporales difieren o invierten los patrones dominantes y no son fácilmente asimilables o reproducibles en espacios sociales no privilegiados por el capital económico y con habitus desiguales que pueden reaccionar con rechazo a las pretensiones de los-as aspirantes. Las mismas clases populares (individuos de las mismas) construyen mecanismos de defensa y resistencia. A partir de esta discusión (resistencia y defensa), JLMP desarrolla, en la última parte de la obra, unas reflexiones preciosas sobre otras formas de vivir el cuerpo, basándose en los mismas formas de actuación de las clases populares (tensión-distensión, salida de mercados corporales tensos, aceptación de los ciclos biológicos).

2

La materia analizada en el libro tiene una raigambre lejana en las discusiones de corte foucaultiano y posmoderno sobre qué significa la racionalidad o irracionalidad.  Como sucede en toda escuela, ha sido escolásticamente apropiada por un alto número de de críticos de la racionalidad instrumental en los que priman las frases proféticas por encima del análisis empírico. Sin duda, analizar los trastornos alimentarios y las éticas del cuerpo en el capitalismo contemporáneo es muy difícil, no sólo por su presencia mediática en la cotidianeidad y por la cantidad de determinaciones que se imbrican en su problemática, sino también por constituir una materia “sensible” en la que distintos discursos (médico, académico, afectados, familiares) luchan por el sentido. Además, no se trata de un tema fácilmente moldeable o amoldable a la teoría. El autor deja claro esto desde el principio. Todo un saber sobre el cuerpo – plantea a lo largo de toda la obra – no funciona cuando se borra la frontera entre la “salud” y la “enfermedad”, entre la “normalidad” y la “desviación”. Los lectores de La distinción, La dominación masculina o El sentido práctico están acostumbrados a ver, a concebir el cuerpo como somatización de vectores sociales; familiarizados con conceptos como habitus o hexis, la mente absorbe frases que pueden convertirse fácilmente – por simplificación – en consignas (por ejemplo la siguiente: la hexis corporal es “una cierta durable organización del cuerpo propio y de su despliegue en el mundo”). El libro de JLMP en mi opinión problematiza y sofistica estas cuestiones. Establece los límites del saber médico, la colonización por el mismo de la realidad y las identidades, el conflicto entre las ciencias sociales, la medicina y la psiquiatría y las distintas escuelas que lo forman. Una de las virtudes del libro es no dar una solución tajante a las problemáticas analizadas, sino plantear los puntos débiles de cada una de ellas. No es, con todo, un discurso “polifónico” en el que el discurso se desliza hacia un lugar de no-interpretación.
            Uno de los ejes argumentales del libro, por tanto – y a la vez objetivo importante de la investigación –, lo sitúa tanto frente al etiquetaje de una antropología posmoderna celebradora (normativamente) de lo supuestamente a-normal o irracional, como del genetismo e higienismo de un saber médico cerrado a las ciencias sociales. La celebración posmoderna (y algo neorromántica) de la locura como “lo otro” de la razón, como el “otro lado” (es tentador pensar en Jung) es fácilmente evaluada pero, por su eficacia simbólica en la configuración de identidades en el campo, tenaz. A pesar de que la materia tratada, hablada la “logorrea corporeísta” (pág 47) de un sector del campo académico, ofrece un amplio espacio de retribución simbólica, JLMP opta por situarse fuera de las dialécticas simples. Pero el autor, aunque pueda parecer lo contrario, no se presenta a sí mismo, desde las ciencias sociales o la filosofía, como un portador definitivo del sentido: «Cualquiera  puede encontrar en este trabajo rehabilitaciones o denigraciones de la práctica estudiada. Pero no encontrará – o en ello confío – sólo eso: también otros puntos de vista [...] y una narración de conjunto que no impugna otros puntos de vista – por ejemplo terapéuticos o políticos – pero sí los sitúa en un conjunto complejo de discursos, características sociales de los productores de los mismos y relación de tales productores con la situación de la investigación (definida, en buena medida, por las propiedades del investigador)» (p. 304-305, n. 1).


3

Las reflexiones sobre literatura no ocupan un lugar importante en la obra pero encuentro interesantes las pocas que aparecen, por ejemplo el retrato de la narrativa de Michel Houellebecq como el “retrato un mundo obsesionado por los efectos de la interacción corporal”. La novela (la literatura en general) no es un mundo resguardado de las contradicciones y malestares sociales. Si bien proviene e informa una visión individual constituida en un mundo más o menos delimitado, (re-)presenta lugares en los que es posible leer un eco de las dialécticas enloquecidas de la realidad. Interesantes son las reflexiones sobre la literatura autobiográfica, que pueden servir de contrapunto a la vulgata feminista simplona; JLMP describe una literatura “testimonial” en la que la vida parece construida para ser narrada como exposición de distinción, de cuitas sentimentales y aventuras, para legitimar o conferir aura al trastorno: «no hay nada mejor para enaltecer un estigma como adquirirlo por un patricio». Esta zona morbosa de la enfermedad como prestigio de la literatura es relacionada con el apartado titulado “la zona VIP de los trastornos alimentarios” (cap. 6 pp. 225 y ss.). Las reflexiones podrían relacionarse con uno de los papeles (afortunadamente no el central, no en toda producción literaria) de la literatura y en la sociedad contemporánea: la sustantivación del discurso literario como creador de sentido estético de la realidad, su rol de “transubstanciación” de la fría cotidianeidad en objeto de arte. Esto sucede en la literatura y, probablemente, en el arte en general.





4

Los trabajos (artículos) de José Luis Moreno Pestaña sobre el cuerpo y los trastornos alimentarios son numerosos. El presente trabajo constituye la culminación de una tarea, el punto más alto de una trayectoria narrativa. El lenguaje de JLMP, en este y otros trabajos, siempre me ha parecido algo “extrañante”, quizás demasiado marcado por el idioma de los campos (filosófico, sociológico) en los que el autor vive profesionalmente, con un punto que lo aleja, de una parte, del lenguaje excesivamente académico y, de otra, del discurso literario. El peso y densidad teórica del texto es algo excesivo en ocasiones, pero seguramente el autor defendería su necesidad.
En toda crítica o reseña elogiosa de un libro o autor, a la hora de hablar de su lenguaje, suele usarse la expresión o frase “el autor, en un tour de force con el lenguaje…”. La cuestión es preguntarse si el brillo literario del ensayo o las pretensiones literarias de un análisis deben absorber la energía intelectual de un autor, frente a la profundidad intelectual de los planteamientos. Creo que JLMP logra mantenerse en un equilibro entre la accesibilidad de su escritura y la dificultad y profundidad de los planteamientos, con algunas (pocas) excepciones.


[1] Sobre el que JLMP publicó la obra Convirtiéndose en Foucault (2007).
[2] Junto a Francisco Vázquez García publicó “Serían necesarios comandos de intervención filosófica rápida”, como presentación de (vv. aa.) Pierre Bourdieu y la filosofía (2006); asimismo coordinó con Alonso Benito, Luis Enrique y Enrique Martín Criado: Pierre Bourdieu: Las herramientas del sociólogo (2004), donde apareció su trabajo “Cuerpo, género y clase en Pierre Bourdieu”.
 
Enlace a la página de José Luis Moreno Pestaña.

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