Castilla del Pino, Carlos (1996), “Quijotismo
y bovarysmo : de la ficción a la realidad”, en 1616: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada,
X, 23-35. Accesible en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, publicado en 2006,
aquí.
Resumo
muy brevemente y comento en esta entrada el trabajo citado, porque me ha resultado interesante para la relación entre el psicoanálisis y la literatura.
No tiene todas las respuestas sobre la materia, pero ofrece algunos bosquejos que
pueden enriquecer conceptos que he encontrado en Pierre Bourdieu y en Juan Carlos
Rodríguez.
Castilla
del Pino, en su artículo sobre "el quijotismo y el bovarysmo: de la
ficción a la realidad", de 1996, se acerca a la literatura desde su
perspectiva de profesional de la psiquiatría (fue también neurólogo y escritor),
lo que es útil, teniendo en cuenta que mucha teoría sobre el tema no es escrita
por psicoanalistas en contacto con la clínica, sino por comentaristas y
críticos literarios que beben, en su mayoría, de los libros, y cuyo único
acercamiento al psicoanálisis sucede si lo han realizado de sí mismos, lo que
mejora algo la tendencia escolástica de la literatura al uso.
El
autor escribe algunas cosas realmente interesantes sobre el psicoanálisis y la
literatura, sin embargo, sucede como siempre: el psicoanálisis nos explica –
nos da una explicación del proceso literario, pero no nos vale como herramienta
analítica para el comentario puntual de un texto concreto. Como si el
psicoanálisis fuera una teoría que explica las condiciones de posibilidad del
texto literario. (A la que hay que añadirle el análisis de ideología, que llaman
"lo fantasmático", acertadamente, y la sociología empírica.)
Castilla
del Pino habla de un proceso peculiar de ensimismamiento que acontece en la
lectura en un plano conceptual y es la identificación del lector/héroe (p. 23),
a partir de un personaje-héroe que es como esquemático (24). El esquema del
héroe, del personaje, ha de tener límites lo suficientemente laxos como para
permitir fluctuaciones, porque son como esquemas, plantillas. Ahora estamos no
en el proceso que va desde la vida a la literatura, sino en el proceso inverso,
estamos en el proceso que va desde la literatura a la vida (24).
Los
héroes literarios son una especie de construcciones mentales que han servido a
modo de plantillas superponibles a estas estructuras de la realidad, la de los
seres humanos concretos y a las situaciones en las que se encuentran o pueden
encontrarse. La literatura de ficción ha sido siempre un instrumento enorme
valor heurístico. Sin la literatura – se dice – nada sabríamos de la vida
privada de los hombres. Algunos mantienen que sólo con la literatura se puede
alcanzar a conocer al hombre. El autor se pregunta cómo es posible esto, qué es
la ficción si hay ese transvase entre
ficción y realidad.
La
ficción puede ser, escribe, parecida a las simulaciones
en ciencia. Se usan para verificar teorías. Es probable que la literatura, la
ficción narrativa, sea una forma de tratar de predecir una determinada
estructura de la realidad. Una fantasía, cabría añadirle al autor, pero creo
que no quiere hablar de fantasía porque tiene un sentido más especializado en
el psicoanálisis; el caso es que todo personaje debe tener un tanto de realidad
para que resulte verosímil, y para que se haga factible el lector debe suspender
la incredulidad; por tanto, el personaje es una especie de simulación de personajes reales. Hablamos de mundos posibles o de
mundos probables (p. 27), como en las ciencias. Castilla del Pino habla de
autodiscurso y de alodiscurso.
Epistemológicamente,
es más que difícil, quizá imposible, aprehender un concepto de realidad que no
implique elementos de ficción (cita a Pozuelo Yvancos, su Poética de la ficción, 1993). Realidad y ficción se dan de consuno –
de común acuerdo – en la relación sujeto/objeto que constituye la estructura
básica de toda actuación. En la base misma del proceso de aprehensión de
cualquier realidad, subyace el componente ficción.
Primero:
La relación del sujeto con lo que llamamos realidad, con el contexto donde se
sitúa en un momento dado, se establece y se construye sobre la imagen que el
sujeto, agente de la percepción, tiene de esa realidad. (Esto es un poco solipsista, al menos a mí me da la
impresión, pero es posible que el psicoanálisis sea esto.) Como si dijera que el
objeto es desdoblamiento del sujeto: yo no interactúo en un percepto – dice –,
con un cuerpo, sino con la imagen que tengo de ese cuerpo. Es la imagen de ese
cuerpo. “Ya Saussure hablaba del significante como la imagen acústica de la
palabra” (28). (Del Pino añade innecesariamente una fórmula como matemática,
una fórmula algo no sé, tan del gusto de los de su profesión; uno recuerda los
esquemas de Lacan o de Zizek y le tiemblan las piernas, pero bueno.) Al autor le
queda un objeto verificable, “O”, quizás como si quedara una realidad, por lo
que colegimos que no es tan solipsista. La
imagen del objeto: a ésta sólo le es aplicable el principio de verosimilitud.
Segundo: La interpretación es subjetiva y en ella no hay nada in-verosímil. Todo significante ofrece contextos de incertidumbre. El problema de la verosimilitud es la relación sujeto/objeto. Todo discurso de ficción es un autodiscurso. Y este es una estructura en subjuntivo. Las estructuras alodiscursivas, por el contrario, son de indicativo. ¿Cómo sucede la ficción? Hay un pacto. (Habría que preguntarle: ¿Ideológico?)
Segundo: La interpretación es subjetiva y en ella no hay nada in-verosímil. Todo significante ofrece contextos de incertidumbre. El problema de la verosimilitud es la relación sujeto/objeto. Todo discurso de ficción es un autodiscurso. Y este es una estructura en subjuntivo. Las estructuras alodiscursivas, por el contrario, son de indicativo. ¿Cómo sucede la ficción? Hay un pacto. (Habría que preguntarle: ¿Ideológico?)
Hay
un pacto de ficción y un proceso de identificación, en la lectura, que depende
de la suspensión de la incredulidad. Por eso el discurso-en-subjuntivo se
presenta en indicativo. Como una especie de contrato. Se facilita que el lector
ponga entre paréntesis la declaración de ficcionalidad del discurso. La ilusión
debe ser provocada, tienen que crearse las condiciones para esa ilusión. En ese
proceso de identificación, el hecho de que los personajes sean esquemas o
plantillas, ayuda (31).
El
deseo hace entrar en funcionamiento la fantasía, si no es que estaba
funcionando todo el tiempo: “la ficción es realización fantástica del deseo. La
proyección ficcional de la realidad es la realización (empírica) del deseo.
Esto es, justamente, una novela: un objeto de la realidad” (p. 31) (los libros de
Marthe Robert, se insertan aquí muy bien en esta teoría).
Castilla
del Pino se centra demasiado en esto que describo, sin tener en cuenta también
el carácter de búsqueda o curiosidad sexual en la lectura, la novela familiar
del neurótico como relato inconsciente, y el carácter de voyeur del lector.
También es cierto que la teoría presenta algo muy bonito, como muy perfecto, y
que no hay que olvidar que hay fantasmas objetivos y multitud diferente de
representaciones y construcciones fantasmagóricas, fantasmáticas.
El
autor define el splittin: es la
escisión en el sujeto, es el proceso de disolución, pasajera o duraderamente de
la barrera virtual que separa nuestro mundo interno y el mundo exterior. Se
rompe la barrera diacrítica que separa el mundo real del imaginario. (La locura
es esta ruptura, se vincula a la alucinación, en el psicótico es radical.) La identificación
está vinculada a la ilusión y a lo que llama adiacrisis.
La
alucinación contrasta - según nuestro psiquiatra - con el proceso de creación, que requiere de muchos
esfuerzos de racionalidad y conciencia de la acción, de la escritura,
precisamente para montar la estrategia adecuada y eficaz para el logro de la
ilusión, “el autor no está nunca ilusionado hasta el punto de creerse el
personaje” (33), a pesar de lo que digan Flaubert o Unamuno. Pero la
identificación es una especie de locura. “El autor es un ilusionista, y como
tal no se engaña; todo lo más se equivoca, y como el ilusionista cuando fracasa,
frustra al que aspiraba a ilusionarse” (33). Estas páginas son potentes, porque
separa creación de lectura, introduciendo la técnica y el distanciamiento del
creador, pero fallan. ¿No hay en la creación una especie de fantasma, una
sublimación poblada de las exigencias técnicas de la Norma literaria del campo
literario? Pero sí: la idea del artista como ilusionista, como productor de
cantos de sirenas, es atractiva. El relato de Castilla del Pino parece
introducir una idea del artista que sabe que es ilusionista, pero yo no estoy
tan seguro de que el artista lo sepa, es una especie de yo-soy-no-soy. Y en
juego entra la interpelación ideológica anudada al fantasma, parte de él: la
ficción ideológica de ser yo-libre, de existir como tal yo-libre, diría Juan
Carlos Rodríguez, necesita de la literatura. Y se dejan elementos fuera: el
ilusionismo es también auto terapia (a veces fallida), goce, ensoñación, voyerismo,
aprendizaje. Hay, además, un dejar de soñar, y una vuelta a la realidad. El cine
es muy efectivo en este soñar.
Estrategias
narrativas: la identificación tiene éxito si el autor nos “toca”, nos llega,
nos alcanza en algún área de nosotros mismos; como el dibujo de la psicología
Gestalt. Es la vivencia del ¡ah! Los modelos literarios son modelos analógicos
de la interioridad del hombre real, y un modelo es como un mapa respecto un
territorio.
La
identificación puede tener una función de catarsis, una función catártica (34).
Se asumen las tensiones deseos frustraciones. Hay paradigmas ejemplarizantes
con función adoctrinadora, por ejemplo, el Quijote y Madame Bovary. Son
personajes que se les llama “noveleros”. La función adoctrinadora puede ser
también un riesgo para el poder. “Pero la fantasía tiene su función, que no es
la de sustituir la realidad, sino la de jugar - el discurso en subjuntivo - a
si fuera realidad” (34). La literatura ofrece paradigmas comportamentales. Si esos paradigmas salen de sus libros a la
realidad llegan a convertirse en mitos: el quijotismo y lo kafkiano. Hay un
efecto-quijote. Con todo, concede, paradójicamente, si se atiende al esquema reflexivamente,
con detención, estos personajes (y los mitos) se salen del esquema de la
plantilla y se muestran inabarcables, muestran la misma complejidad que los
personajes reales, que nosotros mismos.
A mí
me parece fundamental aquel como si fuera
de antes, pero no se puede olvidar que el sujeto se cree su propio fantasma,
vive en el fantasma, al menos el sujeto que no se ha confrontado con él, bien en un
proceso psicoanalítico o de otra forma. Surge aquí entonces otra realidad: hay lectores y lectores y la "identificación" es un eje más en la rueda, no la condición. Por
otro lado, hay en literatura una dimensión de la narrativa y de la ficción, pero
en narrativa puede haber algo siniestro u ominoso (el famoso ensayo de Freud), el
vernos o poder ver algo de nosotros desdoblado, como en un sueño o un sueño inquietante.
¿Qué sucede,
además, con la poesía? Complicado, porque además no existe la poesía, sino las poéticas.
No hay “literatura”, sino “literaturas”. Asemejar un poema moderno a uno
antiguo es como comparar una catana con un AK-47. O un Ferrari y una cuadriga. En
la poesía moderna, je est un autre, en Homero es la musa, en Sófocles, la
polis. Y esa historia debe contarse en otra ocasión.
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