«El mal no existe. No, si el bien tampoco, porque no podemos ser platónicos o románticos según nos venga en gana, según el gusto de otro día. ¡Somos materialistas!» Sin embargo, uno ve. Ve y se pregunta: ¿y esto? «Ah, es la Naturaleza: la muerte de miles de millones de cuerpos desde los primeros homínidos. La muerte de miles de millones de millones de especies de plantas y animales desde el principio de la química. El ser humano cazando, encerrando y devorando a otros seres, matando y robando e incluso comiéndose a otros seres humanos, desde tiempos inmemoriales.» Aceptar esa respuesta es tranquilizador. Le inyecta racionalidad al programa. Calma el sentimiento de desamparo porque parece que hay un motivo, una lógica, un patrón: el ciclo natural. Un ciclo ciego y amoral de sucesión vida-muerte. Un ciclo químico. Tranquilizador, al menos durante un tiempo. Entonces se sospecha la falacia: no puede reducir lo que es a lo que cree que sabe, tragarse sin más lo que le enseñaron, palabra
Abre cien ojos, clava cien retinas, / esclavo siempre de los pavimentos (Alberti)